jueves, 11 de mayo de 2023

¡Menudo mordisco!

Mi cuerpo era recorrido por una babosa, sucia y asquerosa, fría como un témpano que me helaba los sueños en las horas brujas de la noche. Y desperté aullando como el lobo feroz cuando se comió a los siete cabritillos... que ya es comer, jopé.

Mis manos volaron a por la babosa. Me urgía echarla lejos de mi. 

No veía nada. ¿se había comido mis ojos el bicho repelente? ¡Oh, noooooo! ... Tanteando di con ella. La toqué y al ir a dar el manotazo y declararla luego occisa, la mala pécora me dio un mordisco que me permitió ver el firmamento en toda su extensión: ¡Encima tendré que darle las gracias!

Reconocí el dolor y la enorme hinchazón que se produjo a continuación: ¡no había babosa, ni sucia ni asquerosa, sino una sirena, más fea que Picio, que, no sé por qué, se había metido en mi cama y a la que no le gusta que la molesten cuando duerme.

Corrí en busca de la botella de chinchón que era lo único que me calmaría el dolor. Estaba en la bolsa de reciclaje del vidrio ¡vacía! El dolor aumentaba, yo seguía con la escandalera y los vecinos empezaron a llamar a la puerta. Increpé a los curiosos comensales de la Santa Cena: - ¡¿Quién se lo ha bebido?! 

Al pasar junto al cuarto de la Cotilla escuché hipos alcohólicos: - ¡Quiero mi chinchón! (bramé) - Chist... ¡hip! ... los vecinos quieren ... ¡hip!... doooormir...

Detrás de la puerta de casa rugían una manada de leones famélicos. Las garras destrozaban la madera mientras se limaban las uñas. Yo tenía dolor y sueño y estaba preocupada porque, durante unos días, no podría meterme el dedo en la nariz.

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