miércoles, 5 de junio de 2024

Armas de sirena.

A grandes voces me llamó el árbol de la calle: - ¡NENAAAAAAAAAAAAAAA! - Pero no le eché cuentas porque estaba tan abstraída que apenas me enteré. Fue Pepe el jibarizado que, desde su repisa de la cocina gritó: - ¡OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! - añadiendo unos signos de admiración que llamaron mi atención: - ¿Qué pasa? (pregunté intrigada).

Los comensales de la Santa Cena, todos asomados al marco del cuadro, estaban preocupados porque no contestaba a la llamada del árbol de la calle: - Estoy poniendo los rulos a Pascualita. No puedo estar en todo.

Pompilio, que cruzó corriendo el comedor con un cargamento de calcetines únicos, a punto estuvo de cargarse el efecto sorpresa: - Hay una cosa rara en la calle y... - ¡CALLA! (el grito de los personajes de casa fue unánime y Pompilio desapareció de mi vista, más raudo que nunca: - ¡ZUUUUIIIII...!

 La Cristalera estaba remolona, como si no quisiera abrir la puerta. Cuando pasé al balcón dijo: - Pasa pero recuerda que yo lo vi primero. - Ahí tuvo sus más y sus menos con el resto de personajes. ¡Por fin! salí al balcón... con las legañas puestas y las greñas despeinadas, entonces, ¡LO VI!

Era un POLICIA MONTADA DEL CANADA, más bonito que un San Luis. - ¿Qué hace aquí? (pregunté al árbol de la calle) - Lo ha puesto el Ayuntamiento. Está de adorno. - Escuché un suspiro y una canción. Pascualita entraba en acción utilizando sus ancestrales armas de conquista, la muy jodía. - ¡Así no vale! (le dije)

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