Los caballos negros parecen de charol cuando el sol los ilumina, levantados sobre las patas traseras entre la multitud que ha tomado las calles para disfrutar de la Fiesta y gritan y saltan al compás de la jota que anima el ambiente: - ¡TIRURIRURI, TIRURIRURI, TITARIRUUU...!
- ¡San Juan ya está aquí! (grita mi voz sin que yo haya sido consciente de haberlo dicho) -
Pompilio, por una vez en su vida, se ha sentado a mi lado en el sofá de la salita. - ¡Bah! (se queja) Una fiesta sin calcetines, ni es fiesta ni es ná. Menudo tostón.
Pascualita, adormilada en mi escote, mira al gnomo y bosteza. De momento no se lo comerá porque la siesta es sagrada para la sirena.
De repente, el tirurirurí se adueña de mi subconsciente y mi voz vuelve a gritar por su cuenta y riesgo: - ¡¿Qué hago yo aquí en lugar de estar en Ciutadella?! - ¡Calla, jodía! (le ordeno) - Pero no se calla y entabla diálogo con Pepe el jibarizado: - OOOOOOOOOOOOOO - Sí, se le ha olvidado comprar el pasaje del barco, como siempre y ahora, como no vaya a nado... - OOOOOOOOOOOOOOO - Tienes tooooda la razó, Pepe. Allí podría encontrar al futuro padre del bisnieto de su abuela pero pone poco empeño... - OOOOOOOOOOO - Pues sí. Al final la Cotilla será más rápida y se quedará con la Torre del Paseo Marítimo. - OOOOOOOO - ¡Eso, es! ¡Que espabile!
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