jueves, 6 de junio de 2024

Eructando, que es gerundio.

La sirena sigue cantando. Y mientras eso ocurra, la abuela ha prohibido a Andresito, venir a casa. - ¿Por qué? pregunta mi segundo abuelito constantemente y recibe un ¡PORQUE SI! nervioso. Tiene miedo la abuela de que Pascualita lo envuelva con sus cantos de sirena y se lo quede para siempre. Aunque, lo que de verdad le preocupa es que le quite el puesto de dueña de la Torre del Paseo Marítimo.

Esta mañana he salido al balcón antes de que pusieran las calles y ahí seguía el Policía Montado del Canadá, en el mismo sitio de ayer. ¡Bien, me dije - Pascualita está perdiendo facultades. - y fui a la cocina a desayunar con la medio sardina pero ella no se presentó.

- ¡Pascualita! - la llamé asomada a la pila de lavar del comedor. No hubo respuesta. No tuve más remedio que meter las manos, coger el barco hundido y ver si la sirena estaba allí. Pero no había nadie.

A mediodía, a punto de abrir una nueva lata de fabada asturiana, me atacó un mal presentimiento: - ¡Eh, cuidado, mamarracho. No me avasalles, jodío! (le grité) y corrí escaleras abajo plantándome delante del Policía montado del Canadá. Era una carcasa vacía. - ¡Oh, no! Pascualita le ha comido el aliento vital al canadiense y a su caballo por no hacer oídos sordos a los cantos de sirena.

Un eructo, digno de estar en el Libro Guinnes de los Récords, me dijo dónde estaba Pascualita: - Sígue el tufo que voy dejando. No es culpa mía que la sirena tenga el estómago sucio. 

La encontré durmiendo a cola suelta en el alcorque del árbol de la calle. Escondida en el bolsillo de la bata siguió soltando eructos. Tal vez los correajes y la pistola del Policía, además de la silla de montar del caballo, eran algo indigestas...

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