viernes, 3 de agosto de 2018

La Cotilla se funde.

Pensaba que me había librado de la Cotilla pero nada más lejos de la realidad porque, a la hora del desayuno, entró como Pedro por su casa, dejó unas magdalenas del siglo pasado en la mesa de la cocina y esperó a que le preparara un café con leche. - ¿No tiene manos? - Me duelen de estar abanicándome tooooooda la noche.

Por no discutir, se lo preparé y tuve que hacerle dos más porque las magdalenas estaban sedienta y era tocar el café con leche y bebérselo ellas. - Cotilla, ¿no tiene nada más fresco? - Que más quisiera yo. - Cuando acabó, cogió su bolsa "milagrosa" que parecía pesar un quintal y se dispuso a marcharse a seguir trapicheando.

- ¿Qué lleva ahí? - Un montón de fulards que he encontrado en mi casa. - Serán prehistóricos por el tiempo que hace que no la frecuenta. - Voy a ver si los vendo aunque sean de lanita... - Mejor siga con los abanicos o los flotadores ¿Cómo van a comprarle cosas de lana?

- No tienes olfato para los negocios, boba de Coria. Ahora los venderé baratos y me los quitarán de las manos cuando les diga a los clientes que, encuanto llegue el fresco, serán mucho más caros. - ¿Cree que alguien picará? - Todo el mundo.

Oí el portazo y corrí a echar cubitos en el acuario. - ¡Sabía que lo harías! (gritó la Cotilla cogiéndome infraganti) ahora mismo llamo a tu abuela para que te encierre en un manicomio. - ¿Pero usted no se había ido? - Tanta lana a cuestas da mucho calor y he vuelto a por un ventiladorcito como el de la reina Sofía... - Y de paso, me ha espiado. - Pues, sí.

Pasó la hora de comer y la Cotilla no había vuelto. Me hice una pregunta a mi misma: ¿debe procuparme o no? Salió que no y comí tranquilamente pero, sobre las cuatro de la tarde, al ir a tomar un nuevo chinchón on the rocks, pensé que era raro que no estuviera en casa... Entonces me pareció escuchar la puerta de la calle y la llamé: - ¡Cotilla!... ¿Cotilla?

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me levanté del sillón y fui a ver qué pasaba. En el pasillo no había nadie. Solo un charco de agua... Cogí el cubo y la fregona y una vez fregado el suelo, tiré el agua por el váter. Volví a mi butaca y me dormí a pierna suelta. Al despertar, la vecina tampoco estaba... De repente, como un flach, supe lo que había pasado. La Cotilla llegó a casa fundida de calor y, efectivamente, su cuerpo se transformó en el agua que yo recogí ¡y tiré al váter!... ¿Cómo le digo yo a la abuela, que su mejor amiga navega por las cloacas camino del mar... ¡Ay, Dios mio! De esta no salgo viva. - Desesperada grité su nombre por los desagües de casa pero no me contestó. Entonces vacié media botella de chinchón en ellos porque pensé que le haría el trayecto más ameno.

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