martes, 14 de agosto de 2018

Una mañana cualquiera.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡He ganado los veinte euros de la apuesta! - Que tramposa es usted, Cotilla. ¿Se da cuenta de la mala influencia que ejerce sobre mi? - ¿Perdón? - Soy una persona joven, en la flor de la vida. Una esponjita que absorbe todo cuanto me rodea, bueno o malo. En su caso, malo. De modo que si un día me detiene Bedulio por haber robado, la culpable será usted y yo la inocente criatura atrapada en la red de miseria y sinvergonzonería que ha tejido a mi alrededor... - ¡Para, paraaaaaaaaaaaaa! ¿Ya has bebido de buena mañana?

La Cotilla sacó su móvil, último modelo, de su bolsa Maripopinesca y llamó a su amiga. - Tu nieta ha entrado en un estado cataléptico-judeo-masónico que es la leche. Creo que deberías ingresarla en el Psiquiátrico y así descansaremos de ella.

Poco después, la sinfonía de pitos y bocinas de la calle, nos anunció su llegada. La Cotilla la cogió del brazo y dijo: - ¡Mírala, echando cubitos de hielo a ese acuario destartalado, en lugar de emplearlos para hacer chinchón on the rocks! ¿Está majareta o no? Y tiene querencia por este trasto - "Hablaré con ella de abuela a nieta" - Seré testigo.

Pero la abuela no lo consintió. Cuando la Cotilla se fue, más enfadada que un mono, me sinceré con ella. - He soñado que era una oradora a la que todo el mundo quería escuchar y no me he podido resistir a soltarle una parrafada a la Cotilla. - "¿Por qué no has puesto todavía, algas en el acuario?"

La abuela, como siempre, me ignoraba. Un brusco despertar a la realidad cotidiana.

Pascualita, tendida sobre los cubitos, dormitaba tranquila. De repente, de un salto mortal, cayó sobre el aparador, salpicando el espejo. Al girarse se vio reflejada. Aunque no sabía que era ella. Y se asustó. Los pelo-algas se erizaron. La pequeña dentadura de tiburón salió a pasear e irguiéndose sobre su cola de sardina, saltó hacia el espejo y se enzarzó contra la figura del otro lado que atacaba con la misma ferocidad que ella.

Después del primer asalto quedó aturdida. Jadeaba y se miraba, en busca de heridas al parecer. Otro ataque por sorpresa al espejo se saldó con el mismo resultado. Las peleas quedaban en tablas. Los dientes chirriaban contra el cristal y a mi se me ponían los dientes largos. - ¡Bastaaaaaaa! (grité) - pero no conseguí nada. Solo hora y media más tarde, descuajaringada Pascualita y totalmente desorientada por el curso que había tomado todo, pareció darse por vencida.

Le di un trozo de ensaimada que quedaba de ayer. Mientras lo comía, miró de soslayo a su enemigo ¡que también comía un trozo de ensaimada igual al suyo! Aquello fue como una puñalada trapera para "ambas" combatientes. Se arrastró, penosamente, sobre el aparador. La metí en el acuario y bajó a esconderse en el barco hundido, que era lo único que "amueblaba" ,de momento, su hogar.
 

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