miércoles, 8 de agosto de 2018

Labios aterradores.

- "¡Nenaaaaaaaaaa! el abuelito va para tu casa a pedirte asilo político." - ¡Nooooo, abuela. No puede venir! - "¿Ya no quieres la Torre del Paseo Marítimo?" - Déjate de chantajes (y le conté lo que había hecho la Cotilla con el acuario) ¡Lo estoy limpiando y tengo para rato! Además, la vecina está aquí, arrastrando los morros por el suelo y no quiere que nadie la vea. - "Pues yo no puedo hacer nada"

Llamaron a la puerta. - Hola, nena. Tu abuela me ha echado a la calle porque no encuentro mis notas académicas, desde parvulitos hasta acabar las tres carreras que tengo. - Pues si que es raro... - Son papeles que guardaba mi padre en su despacho. Cuando murió, mi madre convirtió aquella habitación en una sala de juego y mandó quemar todo cuanto papel había pertenecido a su marido, con la frase: el papel hace bichitos.

- Por más que se lo he explicado a tu abuela, no me ha creído. Dice que cada vez que hablo me crece la nariz... ¿Sabes de qué va la cosa? - Del cuento de Pinocho... ¿no te lo sabes? Me apena ver que fuiste un pobre niño rico.

- Necesito un café, nena (y se metió en la cocina) - El fregadero estaba lleno de algas pringosas. - ¡¿Qué es toda ésta porquería?! - Son algas para hacer sushi... -  Yo comeré pamb oli con cualquier cosita...

No podía tirar las algas porque, bajo ellas, estaba Pascualita a la que me había sido imposible limpiar porque, al cogerla, se me escurría. - ¿Podrías tomar el café en el bar de la esquina? ya ves el jaleo que tengo. - Si no hay más remedio... - Y se fue pasillo adelante. De repente, un grito desgarrador me dejó sin sangre en las venas. Era la voz del abuelito - ¿Estás... vivo? ¿Abuelitoooo...?

La puerta de la calle estaba abierta de par en par. Corrí al balcón y vi al abuelito correr como un hombre de ochenta años. Bedulio apareció por la otra esquina. Le llamé, asustada. - ¡¡¡Sube, sube!!! Alguien que ha querido matar a mi abuelito!!!

En un plis plás subió. Solo tuve tiempo de cerrar el balcón para que no entrara más calor del necesario . Fui en su busca y de nuevo, un grito pavoroso me dejó paralizada. Por el ruído de las pisadas, Bedulio bajaba los escalones de cuatro en cuatro.

Me armé de valor y fui a ver qué demonios pasaba. Encontré a la Cotilla asomada a la puerta - ¿Ha visto quién era el atacante? - Xho... - ¿Lo conocemos? - Chjo. - Ay, Cotilla, que mal se explica. - Y entonces me dedicó una parrafada: - Piur gforiuw0vp9riuflkrtytgwiriertgjkliur zsfkgy... - de la que solo entendí: Piu. Haber si se le deshincha el morro y me lo cuenta con más calma.

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