sábado, 18 de agosto de 2018

Pascualita encuentra un tesoro

Pascualita está inquieta ¿será por el agua de mar contaminada que le puse en el acuario sin saberlo? No me extrañaría. También puede estar deslumbrada por las luces catatónicas que desprende su cuerpo, a las que no está acostumbrada

El caso es que me la suelo encontrar por el suelo, camino de la cocina. Las primeras veces la devolvía a su "casa" Después la puse en la mesa de la cocina pensando que quería estar un rato con su amigo Pepe, pero no iban por ahí los tiros porque pasaba de él. Ni lo miraba. Sin embargo tenía la vista fija en la despensa.

Allí, su nerviosismo aumentaba hasta el frenesí. - ¿Qué quiéres? (le pregunté) ¿arroz, patatas, chocolate, aceite...? - Al menor despiste mio, saltaba al suelo y reptaba hacia el saco de las cebollas - ¡¿Eso quiéres?! Allá tú" - La metí en el saco y a punto estuvo de destrozarme la mano antes de salir precipitadamente de allí.

Se lo comenté a la abuela y dijo: - "¡Ay, déjala tranquila, coñe. ¡Que haga lo que quiera!" - ¡Así educa a su amiga Pascualita. Y claro, la sirena se ha convertido en un animal caprichoso y cínico al que no hay quién lo aguante.

Le hice caso y la sirena se pasaba gran parte del día amorrada a la puerta cerrada de la despensa. Solo la llegada de la Cotilla alteraba su rutinaria vida. Entonces la cogía y lanzaba al acuario donde solía entrar límpiamente... aunque no siempre.

Un día me despisté y al volver de la compra la sirena no estaba a la vista. - La busqué por todo, incluso entre las ramas del árbol de la calle. Hasta que vi, abierta de par en par, la puerta de la despensa, no se me ocurrió buscar allí. ¡Y la encontré!

Rascaba con los dientes la pared del fondo, la que está escondida detrás de unos sacos de patatas y cajas de vino. - ¡Oyeeeeeeeeee, no te comas la pared, jodía! - Aparté los trastos y casi a la vez, la sirena acabó el butrón. - ¿Piensas robar en casa de la vecina?

Y entonces me di cuenta de que había encontrado un tesoro: un montón de calcetines, de un solo pie, cayeron al suelo. Los había de todos los colores, texturas, tamaños, dibujos...

Pascualita y yo, sentadas en la salita y compartiendo unas copas de chinchón, examinamos, uno por uno, los calcetines hasta llegar a la conclusión de que la mayoría no eran míos. ¡Vamos a ser rica! (le dije) Has dado con el lugar al que van a parar los calcetines perdidos en las lavadoras  ¡Hay miles! - Le acerqué la copa a la boca y brindamos, mientras seguía haciendo el recuento.

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