lunes, 17 de septiembre de 2018

Presentación: Aquí una abeja; aquí una sirena...

En un Pais multicolor, nació una abeja bajo el sol... luego debió perderse entre tantas flores para acabar revoloteando en una de las macetas de mi balcón. Al verla me puse contentísima porque dicen que escasean, y corrí en busca de Pascualita. Era una ocasión única para que conociera a una nueva especie de las que habitan en la Tierra.

Hasta que Pascualita centró la vista y vio al insecto moverse de flor en flor, pasaron unos minutos. - ¡Pero mira aquí, atontada! ¡Más para allá! -  Cuando me di cuenta de que ya la veía tuve que sujetar a la sirena que se lanzó a por ella. La aparté de un pequeño empujón y solo consiguió comerse una de las flores que luego escupió .

- ¡No te la comas que está protegida! - Pero no se dio por vencida y siguió intentando comerse a la abeja. Así estuvimos hasta que se me ocurrió traer el bote de miel de la despensa.

Para aplacar a Pascualita le di a probar un poco con ayuda de una cucharita y fue mano de santo. ¡Le encantó! - Pues este animalito es el que la hace ¡Por eso no podemos matarla! - Y mientras la abeja seguía libando en las flores, la sirena se metió de cabeza dentro del bote.

- ¡Madre mia, que pringue! No había por donde cogerla. De repente la abeja cambió de rumbo y se acercó, zumbando, a la sirena. - Oh, oh... - Reconoció la miel y se puso furiosa. Se olvidó de su trabajo recolector y vino a por nosotras.

Pascualita se había quedado pegada a mis dedos. - ¡Suéltate, jodía, que nos picará! - Sacudí la mano con fuerza y conseguí que saliera disparada hacia el árbol de la calle. Se pegó a una rama y fue resbalando hasta llegar a la última hoja. Un goterón dulce la arrastró hasta la siguiente rama.

Yo apenas veía nada, pendiente de ponerme a salvo del picotazo de la abeja. Tampoco quería que Pascualita cayera a la calle. Pasé una pierna fuera del balcón y me incliné cuanto pude sobre la barandilla hasta que, a duras penas, cogí la cola de la sirena y poquito a poco, la sujeté fuerte con la mano pringada.

La envolví en papel de cocina y la metí en el bolsillo del delantal en el momento en que la abeja, harta, clavó el aguijón en el dedo índice de mi mano derecha. Sentí un dolor intenso. - ¡Bruja! - En el intento por librarme del insecto apreté sin querer a la sirena que contratacó mordiéndome. Ahora, con las manos inutilizadas, no puedo ni pasar las hojas de un libro.

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