viernes, 28 de septiembre de 2018

¡Que sueño

Sentadita en la mecedora del balcón, veo pasar el mundo mientras los pajarillos del árbol de la calle me arrullan con sus trinos y poco a poco, mi cabeza empieza a oscilar hasta irse para adelante y estrellarse contra la barandilla ¡POM!... Que peligroso es dar una cabezada en un lugar tan estrecho.

De repente, algo llama mi atención. Me pongo saliva en el chichón y miro: una extraña pareja se acerca por el comedor: Momo, la conejita negra, lleva sobre su lomo a Pascualita que se agarra, fuertemente, a sus largas orejas.

Pasan por mi lado sin mirarme. Se van a caer (pienso mientras Momo camina, decidida, hacia el abismo) ¡Claro que se caen! Y yo grito, asustada. Por el mismo precio voy a quedarme sin coneja y sin sirena.

Bedulio, que hacía su ronda por el barrio, deja oír su voz autoritaria - ¡¿Qué te pasa ahora?! - Que se han caído Momo y... - Y... ¿quién más? -  Nada, nada. La pobre se habrá estrellado ¡no quiero verla! - Aquí no hay nadie.

Desde mi atalaya vi llegar a la Cotilla. Bedulio y ella pegaron la hebra y poco después me miraron y señalaron. Aproveché para preguntar: - ¿Sigues sin verlos? - ¿A quién? - A... Momo. - ¡Aclárate ¿son dos conejas o una? - La Cotilla se llevó un dedo a la sien y lo hizo rodar ¡Me estaba llamando loca!

Puse toda mi atención en el árbol. Debían estar escondidas entre las hojas. ¡Entonces las vi! Momo dormitaba, hecha una bola, en uno de los nidos que habían dejado libres sus inquilinos al emigrar al Sur. Los pelo-algas de Pascualita aparecieron entre las orejas de la coneja.

Me encaramé a la barandilla, alargué brazo y pierna hasta tocar las ramas altas y en plan fonambulista, hice equilibrios para no caer. - ¡¡¡MIRA, BEDULIO!!! (la voz de la Cotilla es inconfundible) ¡¡¡MÚLTALA QUE ESTÁ HACIENDO BALCONIN!!!

- ¡¡¡¿Una multa?!!! ¡¡¡PIDA UNA ESCALERA, PARDALA!!! Me dio tanta rabia que me desequilibró la petición de la Cotilla y caí de cabeza camino de la dura acera.

Me desperté al golpearme de nuevo en la cabeza contra la barandilla del balcón.

Entré en casa, cogí a Pascualita que dormía plácidamente en el acuario y antes de que me atacara, le puse unas gotas de chinchón en sus labios de pez y se calmó.

                                                                                                                                                                               

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