viernes, 28 de diciembre de 2018

Como frutas maduras.

Voy todo el día con los mocos colgando porque no doy abasto a llenar kleenex. El trancazo que he cogido, gracias a la abuela y su amiga, es para llevarlo a una exposición. Y si me quejo delante de ellas les da la risa floja y me da por estornudar sin parar.

Hablan de mi sin cortarse: - ¿Imaginas que la hubiesen descongelado en el microondas? jajajajajajajaja - "¡Igual que a las merluzas!" jajajajajajajaja. - ¿Y esa montaña de pañuelos? - "Quiere lograr el Record Guinnes de sonarse más veces la nariz en menos tiempo que nadie en el mundo" - ¡La madre que la parió! Que ancha se quedó tu hija cuando la echó al mundo jajajajajajaja

Pascualita, que se entera de lo que quiere, sabe que la abuela está de cachondeo a mi costa y no pierde ocasión de tirarme buchitos de agua envenenada cuando paso cerca del acuario. A mi me hierve la sangre y alguien tiene que pagar las consecuencias... ¡La sirena, por supuesto!

Abrigándome bien, abrí la ventana del comedor que da sobre el árbol de la calle. Cogí a Pascualita de la cola, hice molinete con ella y la lancé a las ramas más altas. El bicho fue deslizándose por ellas hasta que pudo agarrarse y evitar caer a la calle. Y allí se quedó, más sola que la una, junto a nidos vacíos porque los villancicos seguían atronando el barrio y los pájaros, con muy buen criterio, seguían desaparecidos.

- "¡¡¡Qué has hecho, boba de Coria!!! ¡¡¡Asesina de mi dulce sirena!!!" - La ronquera no me dejaba hablar pero esbocé una sarcástica sonrisa que la enfureció más y vino a por mi. Me cogió de las piernas y me tiró por la ventana sin pensárselo dos veces. ¡Grité mucho pero no me salió ningún sonido!

También yo caí de rama en rama hasta conseguir sujetarme. ¡No me podía creer que mi abuela me hubiese echo esta faena! ¡Me anteponía a una birria mitad sardina, mitad cosa rara!

Con la fregona porfió para alcanzar a Pascualita y pudiera agarrarse a los flecos pero había caído muy abajo y no llegaba. Me dejé caer para sujetarme yo a la fregona y lo que conseguí fue que me diera con el palo en la cabeza. Para pasmo mío, la sirena hizo entonces la señal de OK con sus deditos palmeados.

Colgaba yo como una fruta madura del árbol cuando noté que mis dedos perdían fuerza y no tardaría en estrellarme contra el suelo. - ¡Adiós, mundo cruel! - canté para mis adentro. Y empecé a estornudar. Alguien pasó por la acera. Reconocería sus pasos entre mil ¡Bedulio hacia la ronda bajo mi ventana! El sería mi colchón. Y me solté.

Pascualita, viendo que no había peligro alguno, hizo lo propio. Yo me agarré a..., no quiero ni pensar en que parte del cuerpo del Municipal, Pascualita cayó en su cabeza y se aferró al pelo. El miedo hizo que se liara a tirones y mordiscos hasta dejarlo mondo y lirondo.

Poco después, la sirena y yo entrábamos en casa mientras Bedulio era trasladado en una ambulancia medicalizada, al Hospital. Según me contó más tarde la abuela, los médicos pensaban retenerlo unos días para estudiar, detenidamente, la rareza de sus lesiones capilares. Por lo visto se les oyó comentar que: estos ¿mordiscos? no son de éste mundo.

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