domingo, 9 de diciembre de 2018

La Tramuntana.

Cerré los ojos anoche y desde entonces sigo viendo puntitos por todas parte. Y cuando, a medio día, he ido a echar la sopa al caldo solo he encontrado un paquete de ¡maravilla! Que hartón.

He salido a pasear para despejarme y, para no ir sola, me he llevado a Pascualita en el termo de los chinos. En cuanto he salido a la calle una ráfaga de aire me ha soplado una torta en plena cara - ¡Oh, no! (he gritado) ¡Ya está aquí la Tramuntana!

Como no me había enterado que había llegado el viento me puse una falda plisada y lo primero que ha hecho ha sido levantarse. He tenido una lucha titánica con ella para mantenerme recatada por la calle y no dar la nota pero ha sido imposible. Cuando no se levantaba de aquí lo hacía de allí. Al darme cuenta que era una batalla perdida, camino de la Plaza de España donde están los puestos de Navidad, he soltado la falda y la he dejado en libertad para moverse a gusto. Al pasar frente al escaparate de una tienda me he visto reflejada con los pelos levantados y la falda arromangada a la cintura mientras yo caminaba con el culo al aire. ¡Como para hacerme una foto!

En la Plaza Mayor, donde yo pensaba que estaría más resguardada, he abierto el termo para que Pascualita se asomara y viera todo lo que allí se expone. Paseé por los belenes como cuando era pequeña, extasiándome con las figuras en movimiento, los animalitos... ¡De repente el viento formó un remolino y Pascualita salió volando!

Se me llenaron los ojos de tierra y de lágrimas. Me costó un poco recobrar la visión. Entonces me dediqué a buscar a la sirena entre las figuritas caídas y las palabrotas de los vendedores. ¡No la encontraba! ¿A dónde se la habría llevado el viento? En mi desesperación la llamé a gritos - ¡¡¡PASCUALITAAAAAAAAAAAAAAA!!!

Algunas personas me preguntaron: - ¿Ha perdido a su hija? - No es mi hija pero como si lo fuera... snif... - Le ayudaremos a buscarla ¿Cómo es? - Como una sardina. - Perdón. ¿Ha dicho sardina? - ¡Sí, eso he dicho! Si la ven no la toquen porque muerde. - ¡Ande y vaya a reírse de su padre, tía Camuñas!

¡La encontré! Estaba acostada en uno de los pesebres del Niño Jesús, entre el buey y la mula. En cuanto me vio levantó los bracitos para que la cogiera. Aquello me emocionó y lloré a moco tendido mientras la colocaba de nuevo en el termo y cerraba la tapa.


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