viernes, 7 de diciembre de 2018

¡Se cumple mi ilusión!

Toda mi vida, pero ¡toda, toda! he tenido el deseo de que me lleven en volandas donde quiera que vaya. En litera a hombros de forzudos núbios, o rubios suecos forzudos también. El que sean forzudos es imprescindible porque esa es mi ilusión. Y ya, como súper deseo, ir sentada en la manaza de un gigante... Claro que tiene que ser uno de buena memoria, no sea cosa que le moleste algo y quiera aplastarlo con la mano que me lleva...

Unas noches sueño ésto y otras al revés: tengo un gnomo chiquitín al que llevo yo en mi mano. Ahí la buena memoria tendría que tenerla yo porque un gnomo al que van a aplastar debe tener muy mala leche y podría transformarme en un sapo apestoso y a ver cómo tengo yo luego el bisnieto de mi abuela con esa pinta.

Lo más cercano a gnomo que tengo en casa es Pascualita. Estaba sentada en el borde del acuario y la cogí por sorpresa para que no se me escapara. Se llevó un gran susto porque debía estar pensando en lo que quiera que sean las musarañas del fondo de los Siete Mares. Y entre eso y lo escurridizos que son los peces (las sirenas, igual) se me cayó al suelo y quedó medio grogui.

Intenté cogerla de nuevo pero sacó la dentadura de tiburón a pasear. - ¡Quieta! solo vamos a jugar a que eras un gnomo. - Pero no le dio la gana de entenderme. Fui en busca del guante de acero, así no podría morderme.

No consentía, de ninguna manera, que la cogiera y se debatía como una anguila. - ¡Para ya, coñe! - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! ¿Con quién hablas?... ¿No me digas que Pascual, el amante de tu abuela, está aquí.? - ¡Que va? Estoy practicando mi oratoria. - ¿Cuándo has tenido tú de eso? - Desde siempre pero lo tenía abandonado... - ¿A ver cómo lo haces? - Ahora no que me da vergüenza.

Mientras estuvo la Cotilla en casa Pascualita estaba escondida en el bolsillo de mi bata. Al sacarla de allí parecía una loca de atar. Y se me volvió a escurrir volviendo a caer al suelo pero ésta vez clavó los dientes en mi pie en lugar de hacerlo en las baldosas.

¡Por fin se cumplió mi sueño! Tuve que llamar a una ambulancia porque el pie se me puso como el de un elefante. ¡Y me sacaron de casa en camilla, llevada por dos forzudos enfermeros mientras que yo, medio borracha de chinchón para aliviarme el dolor, se sentía como la auténtica Cleopatra.

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