viernes, 20 de septiembre de 2019

Decíamos ayer...

Huuuy, lo que hace el sueño. El estar sin Gobierno a éstas alturas del año. Tener que aguantar a los refugiados familiares en casa. La tensión a la que me somete la abuela para que le busque novio a Pascualita. El alma en pena de Geoooorge que no sabe aún, si quiere Brexit o no en su país. Y los sustos que me da la Cotilla que entra en casa, cuando menos me lo espero, como Pedro por su casa... Todo este batiburrillo, mezclado, batido, sometido al vapuleo de la turmix, formando una crema incomible, imbebible y alucinatoria que cuesta tragar y que, en lugar de bajar al estómago, sube a la cabeza porque, claro está, lleva unas buenas dosis de chinchón, hace que mi cerebro vague por los campos de boniatos del mundo mundial y me adelante, algunas veces, a los acontecimientos... como ocurrió en el episodio de ayer.

Voy a rebobinar las últimas líneas y traerlas del ayer al hoy, y aquí paz y después, gloria.

No me quedó más remedio que hacer caso a la abuela. Volví a la playa y me costó lo mio entrar en el agua: ¿estaría el pulpo esperando que le devolviera la visita que me hizo ayer? ¿Lo haría solo o estaría con su mamá ? Eso me intranquilizaba porque hay mamás enormes y si, además, tienen ocho brazos me vería en inferioridad de condiciones.

Comí las galletas junto a la orilla pero ésta vez, en lugar de mirar el horizonte para recrearme la vista, no le quitaba ojo al agua.

Iba a empezar la segunda galleta cuando me la quitaron de la mano. - ¡Malditas gaviotas ladronas! - Pero no había ninguna a la vista. De repente el día se nubló a pesar de que no se veía una nube en un cielo radiante. La sombra creció y frente a mi apareció un enoooorme estraterrestre que tapaba el sol.

Quise gritar pero no pude. Estaba paralizada de miedo. El monstruo, erguido sobre sus patas, ocho casualmente, me miraba fijamente. Después se agachó, se expandió tal como había hecho el pulpo del día anterior: como un tapete de mesa camilla y se deslizó dentro de mi mochila, en busca de más galletas, pensé.

Y así fue cómo "cacé" al Padre de todos los pulpos de la bahía de Palma.

Al llegar a casa abrí la mochila pegadita al bidón-acuario y el bicho entró, tranquilamente, en los dominios de la sirena.

Luego vino lo de el agua negra por la tinta que tiró el pulpo, quizás asustado, o atacado, o buscando la privacidad de tímido enamorado ante la "belleza" de Pascualita. No sabré que ha pasado hasta que cambie toda el agua del bidón-acuario.


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