lunes, 2 de septiembre de 2019

Vamos de funeral.

Estaba deseando que fuera la tarde para echarme una siesta como Dios manda. No sé por qué pero había dormido poco de noche... ¡Ah, sí! la abuela nos invitó a Pascualita y a mi, al funeral por el alma de Perico de Cantimpalo. El hombre se fue a ritmo de salsa. Por lo visto era muy salsero, tanto para comer como para bailar.

La viuda, entre sollozos, decía: - Nunca he visto a nadie morirse con el ritmo de mi Periquito. - Lo pasé muy mal en la iglesia. Primero porque la Cotilla rondaba por allí y en cuanto vi que cogía la cestita de las limosnas supe que tendríamos una nueva botella de chinchón en casa. Y también porque cada vez que el cura pronunciaba el nombre del difunto, a Conchi le saltaba el móvil y sonaba Paquito el chocolatero.

A los presentes nos costó muchísimo contener la risa. La viuda quiso agradecer la asistencia de los muchos amigos de su marido: Periquito estaría... ¡¡¡TARATÍ RARI RARIRORARÍÍÍÍÍÍÍ!!! ... muy contento ... - Y toda la iglesia decía al unísono - ¡¡¡OOOOOOOOOOEEEEEEEEE!!! - Hasta el cura bailaba.

Después fuimos a El Funeral. Allí nos esperaba la tradicional fiesta en recuerdo de los ausentes y la colocación de su fotografía en la Pared de los Finados. ¡Allí sí que bailamos y bebimos en honor a Periquito!

Una amiga regaló a la viuda una jaula con un periquito azul y blanco. La mujer se emocionó: - ¡Y va vestido con los colores del Baleares. Gracias, gracias!

Que llorera me entró. Es que me emocionó ràpido ultimamente. Pero toda la tontería se me fue en cuando me di cuenta de que Pascualita había desaparecido de mi vista.

Recorrí la cafetería. Miré debajo de las mesas. En los últimos rincones del establecimiento ¡Y nada! Acabé sudorosa y me acerqué a tomar un vaso de sangría fresquita. Era tanta mi preocupación que no la vi nadando entre las frutas y los cubitos de hielo.

Bebí y enseguida sentí un mordisco en la lengua. Pensé que alguien había perdido la dentadura y ésta había cobrado vida propia.. Escupí y Pascualita cayó de nuevo en la bebida. Inmediatamente la lengua se hinchó hasta parecer un balón de fútbol.

Salté, lloré, grité, escupí, corrí con la boca cada vez más abierta. Y así sigo. Sin poder hablar, ni comer, ni a penas beber. Mientras la sirena me hace una pedorreta cada vez que me ve.

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