jueves, 10 de octubre de 2019

El marciano.

La medusa gigante que metí en el bidón-acuario de Pascualita, se ha quedado a vivir en él. La sirena no quiere entrar mientras ese bicho de gelatina lo ocupe. He tenido que buscarle otro acomodo que no es otro que el orinal-centenario-de-la-familia-de-Andresito.

No me ha quedado más remedio que pedírselo a la bisabuelastra. - Es para un caso de vida o muerte (le dije mientras ponía mi voz más tristona y convincente y la Momia accedió) - Pero no lo rompas ni lo descascarilles, nena, que es un recuerdo entrañable.

No me quedo tranquila con semejante "marciano" en casa... Quizás podría explotar esa idea: no es una medusa, es un marciano recién llegado de las estrellas.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¡¡¡Cooooooñeeeeeeee!!! que susto me ha dado este hongo transparente. En mis años mozos el hongo era oscuro... ¿Vas a tomar tacitas del líquido donde flota? - ¿Qué dice?  ¡Menudo asquito! - Oye, pues estuvo muy de moda y lo curaba todo. Lo mismo servía para roto que para un descosido. - Mírelo bien, Cotilla: no es un hongo sino un marciano.

La Cotilla lo estudió durante un rato y después dijo: - Esta cosa tiene de marciano lo que yo de la Esteban. ¡Menudo polvo pegó la tía y buen rendimiento que le sacó. Esto a mi no me ha pasado nunca, nena y, al paso que vas, a ti tampoco.

- ¿Por qué dice que no es un marciano? - ¡Porque son verdes y ésta cosa es azulita! - Lo que le pasa a usted es que es daltónica ¡Pero si es verde como una lechuga! - ¿Sí?... pues tendré que ir a la tienda del señor Li a comprar unas gafas graduadas.

De repente, la medusa sacó un tentáculo larguísimo, como si fuera un dedo artrítico, y le dio un toque a la Cotilla en el pecho. - ¡Madre mía, que griterío! - ¡¡¡Que me muero!!! ¡¡¡El marciano quiere abducirme!!!

Pascualita abandonó el fondo arenoso del orinal aristocrático y se asomó al borde molesta porque la habían despertado bruscamente.

Mientras la Cotilla iba y venía por el comedor, la sirena saltó sobre ella, rabiosa. y mordió repetidas veces el tetamen casi momificado de la centenaria. Los gritos arreciaron y las idas, venidas, los saltos, las carreras, los llantos y crujir de dientes... La cosa se puso peor cuando no me quedó más remedio que arrancar a la sirena de las escasas carnes de la Cotilla.

Ahora está en pleno coma etílico y cuando se despierte, siempre lo  hace, no recordará nada pero no cabrán en si de gozo viendo el poderío de unas tetas que, apenas unas horas antes, eran como dos flácidos pimientos italianos sin gracia ninguna.



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