domingo, 27 de octubre de 2019

Receta de cocina.

Me ha venido a la cabeza el recuerdo de los viejos tiempos en que la abuela enseñaba a Pascualita cómo se hacían algunas recetas de cocina con la peregrina idea de que, cuando la sirena  volviera a su hábitat, pudiera invitar a sus amistades presumiendo de saber hacer la cocina exótica de los terrestres.

Y como no tenía nada mejor que hacer, la he sentado sobre el azucarero en la encimera de la cocina y he abierto el libro de recetas: - Vamos a hacer rosquillas. Fíjate bien y aprende.

La cocina había recobrado su aspecto después de que yo limpiara el cola cao que, diariamente, esparce por todo mientras "desayuna". Preparé los avíos y a continuación, batí los huevos: - Mira que elegante juego de muñeca empleo para... ¡¿Qué haces, loca?!

Pascualita se tiró haciendo la bomba y me puso perdida. Me costó mucho trabajo sacarla del huevo porque quería morderme. Cuando metí la leche y el aceite me aparté un poco de la encimera pero esa distancia fue pan comido para ella ¡Y otra vez saltó dentro del bol de cristal! Esta vez quedé bien pringada.

Dispuesta a no dejarme avasallar por la medio sardina seguí con la receta. El olor del chinchón, tan querido en ésta casa, no mejoró su educación. Se tiró de cabeza y no hizo falta que batiera la mezcla, ya se encargó ella de hacerlo saltando como una loca.

- ¡¡¡Para, paraaaaaaaaaaa!!! Pero, en esos momentos, era la sirena más feliz del mundo y no me hizo ni puñetero caso.

Eché la harina y Pascualita desapareció dentro de ella para aparecer después convertida en un pequeño fantasma con sudario blanco. - ¡No te comas la harina! - Solo faltaba una cucharadita de levadura y amasar.

- ¡Sal de ahí que no te veo! - Pero no salió. Empecé a amasar con mucho cuidado pero la paciencia se me acabó pronto y me dejé de miramientos. Amasé y amasé hasta que la pasta se despegó de las manos. Puse aceite a calentar y empecé a freir las rosquillas hasta que un mordisco bestial me dejó el pulgar derecho tan gordo como una sobrasada.

Grité y grité mientras la sirena no soltaba la presa. No tuve más remedio que desprenderla de un tirón seco y tirarla por la ventana. - ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyy que dolor más insoportableeeee!!!

Absorta en mi desgracia creí escuchar gritos en la calle pero no les eché cuentas porque todo lo mío es mucho más importante. Poco después Bedulio, blanco, sangrando por la cabeza y sin el poco pelo que le quedaba, señaló la parte herida preguntando: - ¿Ha sido... tu ... primer abu... eli... to? -

Escondí mi dedo gigantino en la espalda y solo acerté a decir: - ¡Si... i! - mientras intentaba no mirar su oreja derecha en la que estaba Pascualita agarrada con uñas y dientes. Medio minuto después el Municipal corría escaleras abajo sangrando como un toro de lidia y con una oreja como la de Dumbo, mientras la sirena se relamía en el fondo de mi bolsillo. - "¡Ay, que jodía!"

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