sábado, 26 de octubre de 2019

No puedo con tanto bicho.

Pascualita no deja de tirarse contra la ventana del comedor impulsándose con su fuerte cola de sardina. - ¡¿Pero qué demonios quieres?! Afuera solo está el árbol de la calle o un porrazo contra la acera. Claro que también te pueden comer los gorriones. ¿Qué prefieres?

No hace ningún caso de lo que le digo y sigue estrellándose contra el cristal. - ¡Te harás daño, tonta! - Pero ella sigue, erre que erre. Creo que iré a la tienda del señor Li a comprarle un casco de juguete para que no se rompa la sesera.

Antes probaré otra cosa. He colocado a Pepe sobre el aparador. Tal vez los consejos que le de a la medio sardina, le harán más efecto que los míos. Claro que la cabeza jivarizada es de pocas palabras... de ninguna palabra, pero su presencia tendría que bastarle a la sirena. Aunque, no sé yo...

- ¡Avemaríapurísimaaaaaaaaaaaa! - ¡Oh, no, la Cotilla! - Agarré a Pascualita en pleno vuelo y la metí en mi escote. Estaba helada y mojada la jodía y estornudé una y otra vez: - ¡Atchís, atchís, atchís! - ¡Salud, boba de Coria! ¿Has cogido la gripe? Traigo unas pastillas que son mano de santo para esto. A veinte euros la cajita. - Es alergia. - También son buenas para eso. - ¡¡¡Atchís, atchís, atchís!!! - Si me hubieses dado los veinte euros ya estarías curada.

Pascualita se removía, incómoda, cada vez que yo estornudaba y esperando sus mordiscos de un momento a otro, empecé a sudar. - ¡Madre mía. Estás fatal! - ¿Cómo se llaman las pastillas? - ¿Por qué? - Para que me las recete el médico. - ¡Mira que lista! Y me quedo sin tus veinte euros.

- ¿No me diga que las ha robado? - ¡Esa boca, niña! He ido a una farmacia y tenían un cajón abierto, que no le importaba a nadie por lo visto, hasta arriba de estas pastillas y las he cogido todas. - De un tirón le quité la cajita que tenía en las manos. - Aquí pone que son ¡supositorios contra el estreñimiento! - Sí, boba de Coria, también sirven para eso.

En cuanto la Cotilla se fue, Pascualita saltó de mi escote a la ventana de nuevo. Harta de tanto trajín, la abrí de par en par y ¡un dragón entró deprisa colocándose en el techo, huyendo de los pájaros! - ¡¡¡La madre que te parió, Pascualita. La madre que te parió!!! 


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