jueves, 4 de junio de 2020

83 de Estado de Alarma.

Ayer, en el Congreso de los Diputados, reconvertido en éstos tiempos en gallinero vergonzoso mientras algun@s de sus "¿señorías?" gritan como verduleras (aunque éstas tienen gracia y los que cobran de todos nosotros, no), se aprobó un nuevo plazo de quince días, dicen que definitivo, que cualquiera sabe porque sigue habiendo descerebrados sueltos por ahí, al final de los cuales se levantará el Estado de Alarma.

Y ahora vamos a hablar de cosas serias.

Huyendo de la abuela, Pascualita y yo aparecimos en la cumbre de la montaña más famosa de Africa por salir en las películas de safaris: el Kilimanjaro. Pensé que allí encontraría tranquilidad pero, de eso nada, monada. Había una cola larguísima de guiris de todos los pelajes esperando para poner el pie sobre la cima.

Como yo no iba a lo mismo que los demás, dije: Perdón... dejen paso... -mientras avanzaba lentamente entre el gentío. De repente alguien tiró de mi: - ¡Hey! listilla, a la cola como los demás. - Solo voy a pensar... - Me parece muy bien pero, primero, coge número como todo el mundo.

Efectivamente. Donde comenzaba la cima, propiamente dicha, había un aparato como en las carnicerías. Arranqué un número. Iba por el quince y delante de mi había, por lo menos, doscientas personas. ¡No puedo esperar tanto! - Ajo y agua, señora (dijo una voz)

A punto estuve de sacar a Pascualita de  mi escote y tirársela a la cara al mastuerzo que había hablado pero como era de noche y solo había la luz de las linternas, no supe quién había sido. Hablé con la sirena. - ¿Nos vamos? - Nos fuímos

Aparecimos sobre las ramas del árbol de la calle cuando el rolls royce de los abuelitos aparcaba en la parada del bus. En vista de eso y para salvar el pellejo, salté sobre otra hojita volandera y abrí los ojos sobre la Roca de las Sirenas del País de Nunca Jamás.

Pascualita saltó de alegría y se tiró de cabeza al agua con todo el arte de las de su raza. ¡Ahora sí que la había perdido! A saber cuánta profundidad había en ese mar. Metí la cabeza bajo el agua y llamé a la sirena: - ¡¡¡PASCUALITAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!

Pensé en la abuela . ¡Me matará! - Y en Pepe - ¡Convertirá mi cabeza en un llavero! - Y lloré como una Magdalena. Aquello eran cataratas de lágrimas cayendo sin cesar en el mar ¡De repente! Pascualita emergió de entre las aguas y nadó hacia mi. Tuve que ayudarla a subir a la roca. Estaba dando sus últimas boqueadas.

Ni siquiera tuvo fuerzas para lanzarme un mordisco cuando se dio cuenta de que el agua de mar, en la que había entrado al llegar, se había convertido en agua dulce gracias a las lágrimas que caían de mis ojos.

Subidas a la hojita volvimos a casa. Al acuario de agua salada en e lque la sirena se refugió

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