sábado, 27 de junio de 2020

Menudo día.

No me ha quedado más remedio que salir a caminar para quemar grasa... La que se me ha ido pegando, no sé como, a las paredes de la tripa y hasta que la ropa no me ha caído como de un quinto piso, no me he dado cuenta.

¿Pero a qué se debe éste fenómeno paranormal? ¿He pedido yo grasa extra, acaso? ¡Que va! No soy acaparadora, ni siquiera lo fui de rollos de papel de váter allá por el mes de marzo.

He pensado que andando bajo el calor del verano, fundiré grasa a tope o me fundiré yo enterita. Pero como a éstas cosas no conviene ir sola porque es aburrido no tener a nadie con quien hablar, he metido a Pascualita en el termo de los chinos, me lo he colgado del cuello y nos hemos ido.

Pasábamos delante de la tienda del señor Li y me pareció que me llamaban. Sofocada por el calor y la mascarilla, no hice caso pensando que era un espejismo auditivo. Pero a los tres pasos se repitió la llamada.

En la puerta de su tienda el señor Li me hacía señas de que me acercara. - ¿Qué querrá éste ahora. (pensé) - Y parapetada tras la mascarilla hablé a la sirena. - No te asomes ahora Pascualita que éste hombre se vuelve peligroso al confundirte con una gamba gorda.

- ¿Dónde il tu con eso colgado en cuello? - Parecía enfadado y ni siquiera me dijo hola. - ¿Tú decil que complal termo en tienda mia? - ¡Claro! Y así le hago propaganda gratis... que, por cierto, ya podría tener un detallito conmigo por el favor que le hago jejejejejeje. - ¡Tu no decil nada! Tú no hablal de tienda mía! ¡Tú sel tonta, boba de Colia! . ¡¡¡OIGA, UN RESPETO!!!

- Tú tilal polquelía ésta. - Y de un tirón me arrancó el termo con Pascualita dentro. - ¡Nooooooo. Es mío! - Me fui a por el chino en cuanto me repuse de la sorpresa. - ¡¡¡Déme eso!!! - ¡¡¡Yo tilal!!! Sel viejo. Sel feo. No sel moda. - ¡¡¡Trae pacá, atontao!!!

Antes de que sus empleados acudieran en su auxilio, el señor Li rodó por tierra del empujón que le di. Cogí el termo, abrí un poco el tapón y dejé que Pascualita se vengase de los meneos recibidos, soltando un chorrito de agua envenenada en una de las orejas del señor Li.

Y mientras todos corrían tras él que no paraba de saltar, gritar, llorar, moquear... y arrastrar la monstruosa oreja, yo salí por pies y no paré hasta meterme en casa, saltar a la rama del árbol de la calle, pisar una hojita y, al abrir los ojos, encontrarme en la ciudad de Pompeya en el momento justo en que el Vesubio explotó.

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