martes, 30 de junio de 2020

¿La abuela solidaria? ¡Ja!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! Mira que me ha dado tu abuela para que se las venda ¡Montones de mascarillas llenas de plumitas, y brilli brilli! - Que horterada. ¿Quién va a comprarle eso? - Mucha gente. O piensa que todo el mundo es tan soso como tú, baba de Coria.

Como la vecina había llegado a la hora de comer, cosa muy habitual en ella, no me quedó más remedio que abrir dos latas de fabada asturiana. Esta mujer acabará como mi escueto presupuesto. Y encima se queja.

- ¿No sería mejor una ensalada fresquita con atún en lugar de ésto? Es que hace una calorada... - A falta de pan buenas son tortas, dice el refrán. - ¡Déjate de refranes y piensa con la neurona defectuosa que tienes, jodía!

Se tiró todo el rato remugando. Se nota que no se llega a los cien años, y algunos más, como se llega a los veinte.

El ánima de mi primer abuelito, subido a la lámpara del comedor, levantó los hombros como diciendo: A mi qué me registren. Yo me quedé en los treinta.

- ¿A santo de qué le ha regalado las mascarillas la abuela, Cotilla? - Es un gesto solidario. - Me extraña. - Es solidario CON ELLA.  a mi me dará una pequeña comisión. - Sonó el teléfono. Era la abuela.

- "Nena, ¿ya te ha dicho la Cotilla que si quieres una mascarilla tienes que pagarla?" - No... - "¿Sabes por qué?... Porque la caridad bien entendida empieza por una misma jajajajajajaja. ¡Pardilla!"

- ¡Y tu, hortera! - Colgué con rabia y mientras la Cotilla empezaba a dar las primeras cabezadas de la siesta, cogí la mascarilla más estrafalaria que tenía a mano. Llevaba lentejuelas doradas, plumitas de marabú teñidas de mil colores y pintado, unos labios rojos años veinte del siglo pasado, lanzando un besito. Me la puse. Cogí a Pascualita que, al no reconocerme, me escupió agua envenenada que evité a duras penas, e intentó morderme. Salí al balcón, subí a la primera hojita del árbol de la calle que se me puso a tiro. Y al abrir los ojos... estábamos en Pekín, rodeadas de chinos que me señalaban gritando. Pensé que se alteraban por el termo de los ídem que llevaba colgado al cuello, pero no.

Con la pinta que llevaba creyeron que era el espíritu del Coronavirus. Ni que decir tiene que estuvimos, de nuevo en casa, en un periquete.

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