viernes, 19 de junio de 2020

98 días de Estado de Alarma.

La Cotilla se ha marchado con viento fresco ¡uf, que alivio! Hasta Pascualita lo ha notado. Esa tía lo fiscaliza todo, lo espía todo. Estando ella siento mil ojos sobre mi. Es un agobio. Llamé a la abuela para decírle que había recuperado mi libertad. Y en lugar de alegrarse de ello me salió por peteneras.

- "¿Por qué dice la Cotilla que te vas por las ramas del árbol y te pierdes por ahí?" - ¿Es que está en tu casa? - "No me cambies de conversación" - Solo voy a ver a los nuevos pajarillos. El árbol está lleno de nidos... - "¿Desde cuándo te importan los gorriones?" - Pues... desde siempre... ¿no? - "¡No! Cuando yo era proletaria recuerdo que los asustabas con la escoba porque piaban mucho" - Ha pasado mucho tiempo, abuela y el árbol ha crecido mucho... - "Tienes razón. Habrá que hacer algo al respecto"

Esa misma tarde, cuando estaba saliendo de los sopores de la siesta, llegaron a mis oídos voces airadas desde la calle. Me asomé al balcón. Había una cuadrilla de trabajadores de Parques y Jardines, con sierras, dispuestos a llevarse al árbol por delante. Los vecinos, airados, se oponían a ello tal como hizo en su tiempo la Barones Thissen, y agarrados a tronco, gritaban: - ¡¡¡NO A LA TALA. NO A LA TALA!!!

Corrí a la cocina, llené un cubo de agua y lo vacié sobre los taladores. Entonces, en lugar que cabrearse como era de esperar, me dijeron: - ¡Gracias, señora! ¡Con éste calor se agradece la ducha!

Los vecinos, en cambio, me pusieron a parir: - ¡Al enemigo ni agua. boba de Coria! ¡¡¡Traidoraaaaa!!! ¡Así te caiga el árbol encima, tía borrica! ¡¡¡Fuera del barrio quien no quiere a la Naturalezaaaaaa!!!...

Grité hasta desgañitarme, que mi intención no había sido refrescarlos sino echarlos de allí. Pero no me hicieron ni caso.

Por encima del jaleo escuché mentar a mi abuela. - A la niña le molesta el árbol y la abuela, que ahora tiene poderío, ha mandado a que se lo quiten ¡¡¡Nosotros también pagamos impuestos, Alcaldeeeee!!!

Entonces, sin pensarlo, me subí a una de las ramas del árbol y grité: ¡¡¡Aquí os espero, comiendo un huevo, una tortilla y un carameloooooo!!! - y dejé que Pascualita, desde mi escote, lanzara buchitos de agua envenenada a los mandaos de mis abuelitos. El efecto fue tan inmediato que la gente huyó despavorida al ver ojos, orejas y narices crecer a pasos agigantados y sin saber por qué mientras los afectados saltaban, corrían, lloraban, moqueaban y gritaban de dolor.


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