jueves, 11 de junio de 2020

90 días en Estado de Alarma.

- ¡Son, noventa días son, noventa nada más, para dar la vuelta al mundooooo...! La canción dice ochenta pero es que ya los hemos pasado y, de momento, estamos en ¡NOVENTA DIAS!

- Bueno, tampoco nos ha ido tan mal, Pascualita, porque hemos viajado lejos de casa con las hojitas caídas del árbol de la calle y eso no lo tiene todo el mundo... o si lo tiene, se lo calla. ¿Quiéres que demos un repaso a toooodas las cosas que hemos aprendido en estos largos días de encierro?... ¿quiéres o no, media sardina?

La sirena me dio la espalda. ¡Que vaga es! No da un palo al agua. Solo se zambulle jajajajajaja ¡que jodía soy! vale, pues yo diré lo que ha hecho el pequeño monstruo antidiluviano, en dos palabras como Jesulín: NA. DA. 

- En cambio yo... pues, así, de golpe, no se me ocurre nada. Tendría que haberlo pensado antes... ¡Ah, si! he aprendido a abrir más deprisa las latas de fabada ¡sin cortarme!... ¿qué más?... humm... pues... No, no he aprendido a hacer pan..., ni platos raros de comer ¡pero si tengo un montón de latas en la despensa!¿Y si luego no me gusta lo cocinado?... ¿Gimnasia?... Tampoco. ¿Ganchillo?... ¿para qué si en la tienda de los chinos del señor Li venden tapetitos de plástico monísimos... ¡Ahora me acuerdo! he aprendido a aplaudir por las tardes. He conocido a vecinos que no había visto nunca y que ahora, si me cruzo con ellos en la calle no los reconozco porque no están en el contexto-venta o balcón y así es muy difícil ¡y encima, con mascarilla!

Me he quedado sola hablándole a la pared. La sirena se ha escondido entre las algas del fondo del acuario haciéndose la longui, como si el Estado de Alarma no fuese también con ella.

Una hora después, aburrida como una ostra, que vaya usted a saber si estos bichos se aburren. Tal vez son la alegría dae la huerta pero saben disimularlo, he cogido a Pepe, el jivarizado mutante y hemos salido al balcón a que nos de el aire. Y precisament, ha sido el aire quien a puesto una hojita a mis pies. Me he subido y al abrir los ojos estábamos en un lugar cálido - ¡Ya  podríamos haber traído el bañador! Pepe dirigió su ojo-catalejo hacia el paisaje que nos rodeaba y, de repente, el otro ojo se abrió desmesuradamente mirando fijamente un punto que estaba a mi espalda.

Me giré, curiosa. Sobre un buen fuego había una enorme olla como esas de los chistes y los caníbales de los tebeos. Entonces Pepe dijo: OOOOOOOOOOOOOOOO. Y antes de que dijera la última O, ya estábamos de vuelta al balcón de casa. ¡También es mala suerte que el primer paseo que doy con el jivarizado, sea a la tribu que se lo comió!

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