sábado, 6 de junio de 2020

85 días de Estado de Alarma.

Andresito me ha llamado pidiendo asilo familiar: - No puede ser, abuelito. Estamos en estado de alarma, ya sabes... - He llamado yo para hacerte la cosa más fácil, al fin y al cabo, solo soy uno. Es que quien quiere venir a toda costa a tu casa es mi madre.No sabes la tabarra que me da con eso. Y lleva tiempo así. Y con ella se vendría tu abuela y Geoooorge que parece su perrito faldero aunque el sueldo se lo pago yo.

- No sabes como te comprendo, abuelito. - ¿ Y eso?

Acababa de meter la pata porque no podía decirle que me pasa lo mismo con Pacualita. Soy yo quien tiene que ir a la playa a llenar garrafas de agua de mar, trajinarlas hasta aquí. Comprar el pienso para la sirena, etc. etc. ¿y quién se lleva el reconocimiento? la abuela. Que lo único que hace es decirle cosas bonitas el rato que ésta en ésta casa y pare usted de contar. - Cosas mías, abuelito. ahora no me viene ninguna a la cabeza, jejejejeje...

- ¿Sabes a qué viene esa querencia de mi madre contigo? - ¿Conmigo? - Esa manía que le ha entrado de querer estar en tu casa, con lo pequeña que es, que cuando entras, miras y ya la has visto toda. No como la nuestra, con esas vistas a la bahía de Palma que valen un potosí. Y la anchura de los salones, las terrazas, las habitaciones en general. Si es que no hay color... y no te ofendas porque eres pobre y eso es lo que hay. Me da la impresión que a mi madre le está fallando la cabeza ¿no crees? - Si con ciento veinte años no le fallara nada sería digna de estudio ¿no te parece?

Sin embargo yo sé el porqué de su obsesión por venir a casa: ¡mi primer abuelito! Si es que parecen Romeo y Julieta cuando se miran. Y como se entere la abuela se armará un pitote digno de salir en los telediarios del mundo mundial: un fantasma, bastante joven, y una vieja dama mallorquina que hace unos años descubrió lo bonita que es la Liberación de la Mujer.

- Estas cosas no se las puedo decir a su hijo, Pascualita, porque tendría todos los números para que me pusieran la camisa de fuerza o me llevaran a Alcohólicos Anónimos. Y la abuela, que es más celosa que un Cruzado de la Edad Media que se iba a la guerra de los Treinta años con la llave del cinturón de castidad de su mujer, metida entre la armadura y la camiseta, vale más que siga en el limbo.

Pascualita me da la razón haciendo el gesto de OK con sus deditos palmeados. Desde lo alto de la lámpara del comedor, mi primer abuelito babea en mi sopa pensando en su amor. Dejo de lado la sopa y junto con la sirena, me tomo unos cuantos chinchones on the rock a la salud de la extraña pareja.

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