martes, 3 de noviembre de 2020

¡A volar!

 Por fin ha llegado la tranquilidad a mi casa ¡Ya era hora! Estamos solos Pepe el jibarizado, Pascualita y yo. Llevaba un buen rato oyendo una especie de gruñido de cerdo. Pensé que la radio tenía interferencias pero no. La Cotillta tampoco era porque no estaba en casa. Ni yo porque estaba buscando el ruído. Claro que también podría ser que estuviera en medio de un sueño y la de los gruñidos fuera yo.

Me pellizqué. - ¡AAAAYYYYYY! - Pascualita me miró desde el borde del acuario, después puso los ojos en blanco como quién dice: ¡Qué cruz tenemos contigo, boba de Coria! 

No me quedó otra que recurrir al espía casero: ¡Pepe! - Busca a ver de dónde viene ese ruído. - El ojo-catalejo empezó, lentamente, su recorrido por el comedor. - ¿Todavía no? ... Eres más lento que un desfile de cojos, leñe.

Me senté a esperar si aquello daba resultado y, poco a poco, me quedé dormida. Un sopor muuuuuy agradable me arrebujaba, meciéndome lentamente. Solo faltó que me cantara una nana para sentirme en el séptimo cielo.

El OOOOOOOOOOOOOOOOOOOO de Pepe me devolvió al comedor de casa. - ¿Has descubierto algo? - el Ojo-catalejo apuntaba hacia arriba. ¡Y allí estaba mi primer abuelito en plan Roncador de Venecia. 

¡Madre mía, que potencia! - ¡Eh, abuelito, despierta y vete a roncar a tu casa! - No había manera. Tenía el sueño bien cogido. 

La escoba estaba junto al balcón y me hice con ella para llegar hasta el dormilón. - ¡Despiertaaaaa! (lo zarandeé con suaves escobazos) - ¿De quién era aquella escoba que no había visto, jamás, en mi casa? Cosas de la Cotilla para sus trapicheos... (pensé) Algo me dijo que cogiera a Pepe y Pascualita ¡y me subiera a esa escoba! No lo pensé dos veces. Lo hice. Y salimos volando por el balcón a plena luz del día. - ¿Qué será eso? Preguntó una esposa a su marido: - Una bruja en una escoba. - El pobre se llevó el pescozón del año. - ¡No sé para que te pregunto, Romualdo!







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