domingo, 11 de julio de 2021

Arboricidio.

Entre Pascualita y yo nos estábamos desayunando la ensaimada de los domingos cuando la Cotilla entró en la cocina de sopetón. - ¡Ostras, Pedrín! (grité asustada mientras metía a la sirena en mi escote)

- ¡Sabía que te encontraría aquí, tan pancha , con la que tienes montada en la Ciudad! Si es que te conozco mejor que si te hubiera parido, cosa que no hice, a Dios gracias. - ¿A que viene tanto rollo? ¿Y por qué no llama a la puerta como todo hijo de vecino? 

Prepárate que Bedulio, el Municipal, viene para acá... ¿No me has comprado una ensaimada? - ¿Para qué? ¿Para que se la coma? - Cada día haces preguntas más inteligentes, boba de Coria. 

- ¿A qué viene Bedulio? - A multarte por arboricidio con nocturnidad y alevosía. - ¿Ya le ha dado un tiento a la botella de chinchón? - No te hagas la loca y dime dónde lo has metido, antes de que te pregunten los chicos de la prensa  y así cobraré yo la exclusiva de la noticia, a ver si llego a fin de mes.

En aquellos momentos la Cotilla me hablaba en arameo porque no entendìa nada, menos mal que mi primer abuelito estuvo al quite y me sopló al oído: - Buscan el árbol de la calle y no lo encuentran. - ¡Que casualidad! He soñado que se iba volando ya ves tú que tontería. 

Mientras hablaba me asomé al balcón. La cristalera se abrió a duras penas: - Te falta aceite (le dije) - Y a ti te sobra caradura (¡me contestó la tía!) - ¿Dónde está el árbol de la calle? (preguntó muy seria) - Mientras observaba el alcorque vacío, respondí distraídamente - ¡Que se yo! que lo busque quien sea más listo (de repente me sonó la frase)

Alrededor del hueco dejado por el árbol estaban desde el Alcalde al último mono de feria. Todos levantaron la cabeza a la vez para mirarme y sentí sobre mi el peso del crimen ... ¿Qué crimen ni que leches? (me dije) y luego, dirigiéndome a la multitud grité: ¡El Arbol de la calle se ha ido de vacaciones y yo doy por comenzado ¡¡¡EL VERANOOOOOOO!!!

¡Que éxito! La gente aplaudía a rabiar, después corrieron a por los bañadores, cubitos, palas, bocadillo y cremas solares y marcharon a llenar las playas. Al final, en la calle, solo quedó Bedulio que, cual Romeo, se colocó bajo mi balcón, cogió una piedra, la envolvió con un papel y me la tiró: - ¡Ahí va tu multa! - Y salió corriendo camino de la playa.

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