sábado, 10 de julio de 2021

La Eminencia.

 He pedido al Ayuntamiento que mande un psicólogo a ver al árbol de la calle para que le haga un diagnóstico serio y profesional. A ver si así se calla de una vez. Me han dicho que, en media hora mandarán a la Eminencia que tienen para estos casos. ¡Madre mía, que eficiencia! Les he felicitado efusivamente, como no podía ser menos.

Sin embargo, pasada la media hora, no vino nadie. Cosa comprensiva si se piensa que el tráfico, en sábado por la mañana, es más intenso en Palma. -  A la Eminencia le habrán tocado todos los semaforos en verde (dije a la concurrencia de mi casa) 

Mi primer abuelito, pasado ya el berrinche por las manchas de vino en su nuevo sudario, dijo que no quería perderse ni a la Eminencia ni su modo de trabajar. - ¿Crees que traerá un diván, abuelito? - Ni idea pero... debe ser muy difícil que el árbol se tumbe en él aunque, como las ciencias adelantan que es una barbaridad, no me extrañaría.

Me senté en el balcón a ver llegar a la Eminencia. Pascualita oteaba la calle desde mi escote; Pepe movía, lentamente, su ojo catalejo; la cristalera, abierta de par en par, estaba espectante. El abuelito no paraba de volar del balcón a las ramas y de estas al balcón de nuevo. Lo malo es que llevaba un sudario futurista, de papel albal que, cuando le daba el sol refulgía, me dejaba medio ciega y no veía un pimiento. - ¡Estate quieto ya, jopè!

Las ramas más cercanas se apoyaban en la barandilla del balcón. - ¿Cómo lo hacéis? (pregunté) porque, normalmente, se apoya solo una. - La curiosidad hace milagros (contestó la rama marisabidilla) 

Finalmente no vino nadie y al ser requerida para dar explicaciones porque, como humana que soy, los demás confían en que tengo todas las respuestas ¡Y vaya si las tengo! - ¡La Eminencia habrá empezado sus vacaciones de verano!

Esta noche, antes de acostarme, me he asomado al balcón para ver como estaba el ánimo del árbol de la calle y por poco me da un patatús. ¡Había crecido un montón! La solución a este fenómeno estaba en su alcorque. El árbol había sacado las raíce de la tierra. - ¡¿Qué haces?! (pregunté, preocupada) - ¡Adios, amiga! Buscaré un lugar donde me comprendan y respeten ¡¡¡ADIOOOOOOOOSSSSSSSSS!!! 

Y se fue ¡¡¡VOLANDO!!!

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