martes, 13 de julio de 2021

Ya estamos todos otra vez.

 - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! Hombreeeeeee. Ha aparecido la hija pródiga. - ¿A qué viene tanto escándalo, Cotilla? - Que ayer no se te vio el peloooo... y hoy casi tampoco. - Fui a la peluquería a que me lo cortaran... - ¿Y qué más? ¿Dónde éstuviste?... Espera, espera, a ver si lo adivino... humm... ¡Ya sé. Buscando al futuro padre del bisnieto de tu abuela! - Casi acierta. Estuve buscando al árbol de la calle. - ¡Anda ya!

- Me pasé el resto del día en el arcorque. - No te vi. - Estaba dentro. - Claaaaaro y acabarás diciéndome que se fue volando. 

Pascualita, asentada en mi escote, dio un respingo al oir a la Cotilla. - ¡No diga tonterías, mujer! - Si tu dices que estuviste allí, por la misma regla de tres yo puedo decir lo que me de la gana. - Allá usted.

Y era verdad que estuve en el interior, húmedo, del alcorque. Pero no estuve sola porque, de repente, apareció por allí mi primer abuelito vestido de torero. - ¿Qué buscas? - Un tesoro etrusco. - Ah, pues voy vestido para la ocasión. - Y como si hubiese pulsado un interruptor, el traje de luces se iluminó y el interior del alcorque dejó de ser tenebroso.

Encontramos unas cuantas lombrices de tierra que fueron un descubrimiento gastronómico para Pascualita. Después de un buen rato de búsqueda, bajo una piedrecita encontré unas diminutas raíces, hijas de las del árbol de la calle y tuve que guardar a la sirena en mi bolsillo antes de que diera buena cuenta de ellas. 

Las miniaturas me informaron que el árbol estaba al caer. - Solo se fue a conocer mundo. - Acabaron la frase y el árbol, al igual que un tren Ave, colocó sus grandes raíces, sin ruído ni brusquedades, en el hoyo del alcorque. Mi primer abuelito y yo tuvimos los microsegundos justos para salir de allí.

La Cotilla seguía hablando como si yo la escuchara. Me asomè al balcón y las ramas del árbol me saludaron como si nunca se hubiesen ido.

 

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