martes, 27 de julio de 2021

El viejo edificio.

 - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! Nena, te vendo un abanico. El mejor invento, junto con el botijo, que se ha creado para los días de fuerte calor ¡Vamos, vamos, que me los quitan de las manos! - Cotilla, tranquilicese ¿qué le ocurre? - Estoy de los nervios. Desde que hay  euros los cepillos de las iglesias dan pena. Mucha morralla encuentro y así ¿cómo voy a llegar a fin de mes? - Peor estarán los curas que la sufren. - ¿Qué sufren? - ¡A usted! - Tienen un sueldo. - Como usted. -Tengo una pensioncita y voy que chuto. Además, ellos pueden promocionarse en su trabajo y llegar a Papa ¿Y yo. A qué puedo llegar? (aquí ya estaba embalada y se emocionó. Tres lágrimones salieron de sus ojos ¡Tres! y pare usted de contar) - A la categoría de su gurú, Bárcenas, con confesor particular y todo.

Quedó pensativa sus buenos quince minutos después dijo que no quería llegar tan lejos, que no quería hacer sombra a tan alto genio de los chanchullos - Además, no quiero un confesor en casa. Tendría que contarle mis cosas... y para Cotilla me basto yo.

Sali de casa camino de la playa. - ¿Me dejas con la palabra en la boca? ¡¿A dónde vas?! - A la playa. 

Me perdí entre la gente que iba hacia el mercado de Pere Garau. Iba decidida a emular a los ases de la natación olímpica. Si ellos pueden ir yo tambièn ire a las próximas olimpiadas que serán en ¡París! 

Pascualita quería asomar la cabeza y oler y ver el mar pero yo me estaba entrenando y no podía entretenerme en esas cosas. 

Me metí en el mar con el termo de los chinos colgado cuello mientras la medio sardina pugnaba por salir. - Déja que me entrene y luego te abro. - Y empecé a nadar. Como meta me propuse llegar hasta el edificio de Gesa, un bloque de oficinas cerrado desde hace años y en cuyo interior se encontró de todo, incluso un muerto.

Nadé a buen ritmo: chas, chas, chas... sin parar. Contaba las brazadas: 3..., 27..., 105..., 150... ¡Había rebasado el edificio de largo! Paré a descansar y... el edificio fantasma estaba frente a mi. Nadé un poco más, alejàndome de él y cuando me paré ¡el edificio estaba frente a mi! - Y así una y otra vez. - ¡Abuelitooooooo! (grité) no me hace gracia tu broma -  Su voz sonó fuerte y clara en mi cabeza. - No soy yo... es él. - En la fachada forrada de espejos estropeados se reflejó una sonrisa sardónica. Y en mi cabeza resonó, de nuevo, la voz del abuelito: - Tiene mucha personalidad.


 

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