jueves, 1 de julio de 2021

¡Valiente tropa!

Un pestazo a azufre recorría todos los rincones de casa. Es como si se hubieran abierto las puertas del Infierno ¿De dónde vendría? 

Oi gritos procedentes del balcón y cogiendo a Pascualita que dormía plácidamente en el fondo del acuario, salí a ver qué pasaba. La Cristalera y el Arbol de la calle tenían una discusión de tres pares de narices. - ¡Ciérrate de una vez que me llega todo el tufo, jodía! - Te aguantas porque aquí dentro no hay quien respire. - ¡Las cristaleras no respiran, los árboles sí! - ¿Qué sabrás tu, pedazo de madera? - ¿A qué te arreo con una de mis ramas y me cargo un cristal?

- ¡Callad ya, arrabaleras! (salté como una furia pero ellas me tenían más ganas) - - ¡¿Con qué perfumas tu casa, boba de Coria? - Quedé tan sorprendida ante el agravio que no supe contestar. Y fue entonces cuando una tela suave, roja como el vino de Rioja, rozó mi frente. La sirena y yo levantamos la mirada a la lámpara del comedor y allí estaba, echando pestes, mi primer abuelito que echó a volar en derredor nuestro gritando: ¡Quiero ir al Infiernoooooooooo! ¡No quiero ser buenoooooo! ¡Quiero vengar a los míos! ¡Dar un escarmiento! ¡Calentar culos a zurriagazos! ¡Enseñar educación a quienes no la han conocido nuncaaaaaaaaaaaaaa!

-¡Deja ya de gritar y corta el grifo del azúfre que no podemos respirar! - ¡¿Dónde están esos padres, encantados de que sus niños esparzan, alegremente, el coronavirus por las regiones españolas? ¡Que me los como con patatas! (gritaba el ánima de mi primer abuelito cargado de razón)

Me costó mucho calmarlo, incluso me llevé un mordisco de Pascualita, por eso, ahora tengo un dedo tan hinchado que no me podré urgar la nariz con él durante un tiempo. ¡Mecachis!

Poco a poco, el olor a azufre fue saliendo por el balcón dejando una larga estela que se asentó en una corriente de aire que lo llevó hasta el barco que trasladaba a la tropa de niñatos hacia la Península.

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