viernes, 16 de julio de 2021

Bedulio, rencoroso.

 Bedulio me ha demostrado que es rencoroso. Ha venido a casa con afán de revancha porque, dice, que una vez le tiré una piedra. - No equivoques los términos. UNA VEZ te tiré UNA MULTA que no me correspondía aunque tu te emperraste en lo contrario. - ¡Querías abrirme la cabeza! - ¡Que exagerados sois los hombres! ¿Con un papelito iba a abrirte la cabeza? ¡Y luego os llamáis el sexo fuerte! 

El Municipal no daba su brazo a torcer: - ¡Tengo un chichón! - ¡Y yo una botella de chinchón! ¿Nos tomamos unas copitas? - Estoy rebajado de empleo y sueldo porque alguien me denunció por ir beodo en horas de trabajo ¡Y no bebí! - Esos son cosas de la Cotilla... 

- ¿Y qué me dices del pelo (seguió dando la vara) - Eso va en gustos. Si a ti te va ese corte, no tengo nada que objetar. - ¡No es un corte! Me lo hicieron a mordiscos y tirones. - Aaaaah, no sabía que te iba la marcha sadomasoquista, bribón. 

El pobre abría unos ojos como platos. Le temblaba la barbilla y a pesar de sabía que no debía insistir, no pude parar. - ¿Así que eres de los que pagan para que los apalicen? ¿Te imaginas que se lo digo a la Cotilla? Antes de que oscurezca toda Palma sabrá tus gustos sexuales... ¡ Serás famoso!

Por las comisuras de su boca aparecieron hilillos de baba que acabaron formando una catarata que se extendió por el suelo del comedor.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! - Ahí ésta la Cotilla. - ¡No le digas nada! - Hombreeeee, Bedulio ¿no habrás pagado por ese corte de pelo? - ¡¡¡NO!!! - Pareces nervioso... ¿Si te puedo ayudar? - ¡¡¡NOOO!!! - Dale algo fresquito de beber, nena. 

Dicho y hecho. Como caído del cielo un vaso lleno vino que se estrelló sobre la mesa del comedor a un palmo del Municipal que saltó como un resorte. - ¡Aaaaaah! ¿De dónde sale ésto! (la voz atiplada me recordó a María Callas) - De la Santa Cena. Ya no es el primero que tirán.

Bedulio y la Cotilla levantaron la cabeza a la vez, encontrándose ante la mirada, inquisidora, de los apóstoles. - ¡¿Otra vez?! (gritó Judas) Así no hay quien cene. 

Escuchamos, claramente, estas palabras y tambièn la risa divertida de mi primer abuelito que se lo estaba pasando en grande haciendo de las suyas. Y esa fue la espoleta que puso en marcha las piernas varicosas de la Cotilla y Bedulio. Corrieron, empujándose, por el pasillo, hacia la puerta de la calle que la vecina había dejado abierta al llegar. Y ahí estaba, elegantísimo con un sudario de Balenciaga, mi primer abuelito taponando la entrada.

Cuando grité: - ¡Vais a traspasar al abuelitooooo! - la carrera se convirtió en esprint saltando los escalones de cuatro en cuatro. A los Juegos Olímpicos los mandaba yo.


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