lunes, 26 de julio de 2021

Los infiltrados.

 No hizo falta convocar a mi primer abuelito porque se presentó el solito para hablarme del cabreo de San Pedro. - Dice que le falta gente. 

El árbol de la calle movió su rama más cercana a la ventana del comedor para señalar a los tres "apóstoles" infiltrados. Con un aplomo digno de su enorme talla, dijo: - ¡Eh, chicos, el Jefe os busca!.

Sin perder tiempo se escondieron bajo la mesa cubierta con un mantel ¡y no se les veía a los muy jodíos! 

Desde el borde de la pecera Pascualita no les quitaba ojo. De la cocina llegó un clamor a dúo: la escoba y la fregona, amigas íntimas, decían: - ¡No queremos indocumentados! ¡Nosotras los sacaremos y los devolveremos a su lugar! - Aquellas palabras me supieron a cuerno quemado.

Llamó la abuela: - "¿Hay novedades?" - Si te refieres a tu ex, no. Es terco como una mula. Con la ilusión que me hacía que lo vieras tan elegante... - "¿Te vas dando cuenta de por qué adelantamos su pase al Más Allá?" - Se me cortó la digestión del pa amb oli. - ¡¿Estás confesando que... ?! - "¡No estoy confesando nada! el Más Allá era un bar de los años sesenta, boba de Coria"

Cuando colguè el teléfono, la escoba y la fregona estaban a punto de sacar a los intrusos de debajo de la mesa. Al final no hizo falta porque ellos solitos saltaron al acuario. Les vi nadar, raudos, hacia el barco hundido pero Pascualita, relamiéndose, fue más rápida y les cerró el paso. Los pobres infelices no tuvieron tiempo de frenar su alocado buceo y fueron entrando, uno tras otro, en la feroz boca de la sirena, abierta de par en par.

La cara de sorpresa de la medio sardina fue digna de figurar en el Museo de los Horrores. Comerse a los falsos apóstoles fue igual que meterse en la boca enormes trozos de algodón de azúcar. No hubo nada que comer porque eran ánimas, intangibles, etéreas y nada comestibles.

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