martes, 9 de noviembre de 2021

Fiesta flamenca

 Un revuelo de gritos y pío, píos me ha sacado de una noche de cogorza. 

Navegando aún por los rios de chinchón que llegamos a trasegar los invitados a la fiesta de las Bodas de Oro y habiendo sido mi voluminosa pamela fuente de discusiones y risas durante toda la noche, al entrar en el rolls royce de los abuelitos, a esas horas brujas en las que todavía no se han puesto las calles en Palma, caí en un sueño profundo del que no he despertado hasta que he oído el revuelo que venía... del árbol de la calle.

Al levantarme todo me dio vueltas. Me agarré a la almohada como a una tabla de surf y de ésta guisa he llegado al balcón: surfeando a un palmo del suelo de mi casa. Y fue al incorporarme cuando me di cuenta que llevaba puesta la misma ropa que cuando mi madre me trajo al mundo pero con la pamela de pañal.

¿Cómo llegué a esto? Es un misterio de los muchos que siguen sin resolverse en la Historia del ser humano. - ¡POR FIN HAS VENIDO! (gritó el árbol al verme) ¡HAY UN GATO EN MIS RAMAS!

La cristalera, nerviosa, se abría y cerraba sin saber a qué carta quedarse. Temiendo por mi integridad física dije las palabras mágicas: - ¡Abrete, Sésamo! - pero, o la cristalera es sorda o no ha leído el cuendo de Alí Babá y los cuarenta ladrones porque siguió con su ataque de ansiedad.

Antes de colarme en el balcón recibí un golpe en la espalda. Era Pascualita que, curiosa, se acercó a chafardear. Antes de que pudiera cogerla se impulsó, de nuevo, con su potente cola de sardina para estrellarse contra la rama más cercana. 

Yo también entré en el árbol. El pío, pío era ensordecedor. ¡El maldito gato estaba arrasando los nidos! Me quité la zapatilla dispuesta a lanzárla a la cabeza del minino cuando los ojos me hicieron chirivitas al adivinar, entre las hojita, una bata de cola roja con lunares blancos.

Mi primer abuelito había montado su sarao particular con los amigos de casa y para ello lució un sudario de lo más sevillano. Los convidados a la Cena tocaban las palmas... a su aire. El OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO de Pepe el jibarizado, afinando el oído, sonaba a quejío. Pascualita reptaba tan sensualmente que no parecía ella. El gato lanzaba al aire su marramiau con mucha gracia. La única que se quejaba era la Celos Reunidos Jeyper de la lámpara porque, desde el techo del comedor, no se enteraba de todo.

El alegre festejo acabó, bruscamente, cuando llegaron los operarios de Parques y Jardines del Ayuntamiento para ver qué pasaba y poner órden a tanta algarabía.

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