viernes, 5 de noviembre de 2021

Se va para Barranquilla...

 Hace tiempo que no veo a la Cotilla. Desde que salió corriendo de casa. Reconozco que los primeros días estaba encantada de la vida al no tener que aguantar al incordio de la vecina. Después me dio un muermo de campeonato. La casa estaba vacía (a pesar de estar muy llena) y yo dejé de hablar porque era como hacerlo con la pared. Más adelante dormí las siestas abrazada a la botella de chinchón y no repartía con nadie... Y ahora siento nostalgia de la Cotilla ¡la añoro!... Estoy para que me encierren.

Hoy no me he movido del balcón esperando verla llegar de sus trapicheos. Cuando ha bajado del bus me ha dado un vuelco el corazón y agitando el trapo del polvo, la he llamado: - ¡¡¡Cotillaaaaaaaaaaaaa!!! - Pero se ha hecho la sorda.

He corrido a la escalera y la he cogido por el brazo antes de que se metiera en el ascensor para subir a su casa del 4º piso. - ¡Entre, mujer, entre que no se la va a comer nadie! - No puedo meterme en una casa llena de arañas. - No exagere que solo hay una. - Que vale por mil. ¡Ha inundado la casa de telarañas!.

Fue como si me hubieran abierto los ojos porque, al seguir con la vista el movimiento del brazo de la Cotilla que parecía abarcar toda la casa, me di cuenta que las cortinas no eran tales sino telarañas. Todo lo que creía obras de arte eran telarañas, eso sí, unas más finas, otras más tupidas. 

El acuario estaba tapado con las telarañas y Pascualita apenas podía sacar la cabeza. Los comensales de la Cena parecían presos en mazmorras tras los enrejados de telaraña. 

Los "adornos" cubrían todo cuanto había en casa. Hasta el árbol de la calle estaba rodeado de una espesa mosquitera de ... telaraña. Y me di cuenta de que ya nadie estaba contento salvo la araña okupa y la lámpara del comedor. 

La primera porque tejía sin temor a represalias y la segunda porque tenia pegadito a ella al hombre de su vida, mi primer abuelito, cuando la araña hizo un "paquete" con ellos dos. 

Entrar en la cocina fue como una expedición por las selvas de Borneo. Hizo falta un machete afilado (usé la llave de casa)para ir abriéndome paso entre tanta liana. Al llegar a la cocina busque, al tacto, la escoba y no la encontré.

La araña, que no tenía un pelo de tonta, la había dejado pegada en el techo para evitar disgustos. Viendo que el ambiente había cambiado totalmente, se dedicó, frenéticamente a convertir sus labores en montones de ovillos que guardo para mejor ocasión y se fue de casa, no sin antes echarle un último vistazo con lágrimas en su montón de ojos.

Ante semejante escena no pude por menos que decirle: - Tanta gloria lleves como descanso dejes, jodía.

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