martes, 25 de octubre de 2022

Ataúlfo la arma.

La Cotilla trajo un bote de fabada recién caducado y no le hicimos esperar más a pesar de los calores de octubre. - ¿Es del contendedor de basura del Súper? - Si. Me dije, para que se lo lleve otro me lo llevo yo. - Alguna vez podría traer algún producto sin caducar... ¿no? - ¿Pagándolo yo? ¡Ni hablar! Cuántas veces tengo que decirte que soy una pobre jubilada que no tiene donde caerse muerta. - En su piso de 4º, por ejemplo. - ¡Tengamos la fiesta en paz, boba de Coria!

Mientras discutíamos la pecera de Ataúlfo se estrelló contra el suelo y nos dio un susto de muerte. La Cotilla gritó: - ¡¡¡ATAÚLFITOOOOOOOO!!! - Yo salté de la silla y corrí por si había que esconder a Pascualita. 

Al pisar el agua derramada resbalé, tropecé con la Cotilla que venía detrás de mi y salió rebotada para terminar cayendo ¡SOBRE LA SIRENA! Me temí lo peor y no me equivoqué.

Después del ¡¡¡PATAPÁM!!! vino el ¡¡¡AAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYY!!! y la vecina se levantó con una agilidad que para si quisieran muchas quinceañeras, mientras sus ojos se abrían como platos soperos viendo como sus tetas crecían y crecían entre un dolor horrible motivado por el mordisco de tiburón que Pascualita le arreó cuando cayó sobre ella.

Rauda y veloz fui en busca de la botella de chinchón, que es mano de santo para éstas cosas porque cuando despierte del coma etílico en el que está entrando, no recordará nada y encima, presumirá de pechuga. Si es que las hay con suerte.

 

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