lunes, 3 de octubre de 2022

Su peor enemiga.

A Ataúlfo se le ilumina la cara cuando ve aparecer a Pascualita cerca de su "acuario" de duralex y otro tanto le ocurre a la sirena a la vista del pececito rojo. Y esto me tiene descolocada: ¿está Pascualita contenta de verlo o ya se lo imagina convertido en bocato di cardinale?. 

Mi primer abuelito dice que se han enamorado. Ya le he dicho que él, además de estar en el Más Allá, también está en la higuera. ¿Puede ser la medio sardina, amiga, ¿amiga?, de un pez de colores sin que segregue jugos gástricos cada vez que lo ve?

El caso es que el instinto de cazadora parece haber dado paso a un bicho amable con su presa. Menos mal que el agua los separa porque ninguno de los dos puede vivir en el agua del otro.

La Cotilla, que no sabe nada de Pascualita, insiste en meter al pobre Ataúlfo en la pila de lavar llena de agua salada. Ni las algas le gustan. Tengo una tensión nerviosa cada vez que veo entrar a la vecina en casa. Menos mal que siempre hay alguien que me avisa del travase del pececito que hace la Cotilla. Me ha amenazado con llamar a los loqueros para que me encierren si sigo poniendo agua de mar en la pila.

El árbol de la calle tiene a sus ramas y hojitas dispuestas a darme un grito en cuanto la Cotilla haga el cambio. Los comensales de la Santa Cena han aprendido, de nuevo, a silbar después de no haberlo hecho durante más de dos mil años.

La cristalera me alerta abriendo y cerrándose repetidas veces. Pepe el jibarizado suelta su potente OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO. Pascualita se tira una y otra vez, de cabeza al agua poniendo el suelo perdido. Las bolas de polvo corretean por casa a la velocidad del rayo. Y Pompilio abre y cierra el cajón de mis calcetines con todas sus fuerzas. En fin, que el peor enemigo de Ataúlfo es la que tanto lo quiere: la Cotilla.

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