miércoles, 26 de octubre de 2022

¡Oh, el amor!

 Los comensales de la Santa Cena murmuraban entre sí a cuenta de Ataúlfo y Pascualita: Que si era un escándalo lo que habían echo, saltando de sus respectivos "hogares" para encontrarse en el frío y húmedo suelo besuqueandose como posesos: - ¡Puag, que asco besar a un pez o a una medio pez, en la boca! Los jóvenes de hoy en día no saben guardar las normas.

Les he dicho que menos chafardeo, que de eso se encarga la Cotilla y más recoger la mesa que lleva puesta más de dos mil años y esto ya pasa de castaño oscuro.

La vecina se presentó con una nueva pecera para su pececito rojo que instaló en la pila de lavar del comedor. - No la ponga ahí que puede caerse: - Si no la tocas (sentenció Doña Pechugona) no.

La Cotilla está feliz. Es una mujer muuuy mayor, canija, un nervio eso sí, que, de la nada ha conseguido unas tetas XXXXXXXXL y alardea de ella, por ejemplo, llevando de la cocina al comedor, su plato de albóndigas con tomate, los cubiertos, el vaso, el brik de Don Simó y la barra de pan usando el enorme pecho como bandeja y no se le cayó nada.

Mientras comíamos, la Cotilla comentó: - No entiendo cómo se rompió la pecera. - No pude comentarle que, llevados por la pasión, Pascualita y Ataúlfo decidieron encontrarse en terreno neutral, sin aguas salada o dulce de por medio y dar rienda suelta a su pasión. No contaron con que los peces no tiene pulmones. La sirena tiene algo parecido pero él no.

Cuando llegué junto a ellos, cogí a la sirena por la cola, la volteé y entró de cabeza en la pila de lavar. A Ataúlfo lo metí en una garrafa de cinco litros de agua dulce y volvió a la vida de la que ya se estaba despidiendo.

Mi primer abuelito, subido a dos palmos sobre la olla exprés, me contó que no había visto enamoramiento igual, salvo el suyo con mi bisabuelastra la Momia - ¡Aaaayyy! (y suspiró ruidosamente)

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