jueves, 6 de octubre de 2022

Que carrera más corta.

Un raro cántico ha llegado a nuestras orejas, las de todos los habitantes de mi casa y nadie ha podido decir de dónde procedía aunque, fijándose mucho, me recordó vagamente a ... Pepe el jibarizado. Corrí a la cocina. Supuse que la cabeza decapitada y hervida se había caído de su estantería. Pero no. Seguía donde la dejé. Y sí, el cántico lo hacía ella. Era algo así como: - OoooOOOoooooOOOOOOOOOOOOOOOOoooiiii...

Mi primer abuelito tenía tanta curiosidad como yo y apareció junto a la pila de lavar que estorba un montón en el comedor. Y se entabló una conversación, telepática, entre Pascualita, el abuelito, Pepe el jibarizado y yo... de momento:

- ¿Qué le pasa a Pepe? - Tiene frío (contestó el abuelito que era quién llevaba la voz cantante) - Que raro es. - Sí, sí, raro Pues yo estoy helado (metió baza el árbol de la calle) - ¿A ti quién te ha dado vela en éste entierro? (la sirena, encantada de poder discutir con alguien, se hizo la ofendida)

Mis pensamientos me llevaron a preguntar: - ¿Debería ponerle un gorro de lana al jibarizado? ¿No perdería su personalidad con él? ¿Quién se lo haría? - Todas las miradas recayeron en mi. Incluso las de los que no discutían. - ¡Ah, no! ¡No sé hacer punto y no voy a empezar ahora! - Eres la única que tiene manos útiles. - ¡Que no! ¡He dicho que no!

Un clamor se levantó entre los comensales de la Santa Cena y la miríada de hojitas del árbol de la calle. - ¡Serás nuestra heroína y te apoyaremos mientras tejes!

Aquello me llegó al alma. Iba a ser la heroína de la historia y ante eso no pude negarme. - Vale. Necesitaré agujas de tejer y un ovillo de lana de un color acogedor. - Acogedor ¿por qué? - Porque cuando se tiene frío apetece que te acojan. - ¡Es verdad!

Nos pusimos todos manos a la obra y el único color acogedor que encontramos lo tenía uno de los miles de calcetines desparejados de Pompilio que puso el grito en el cielo cuando se lo quitamos para ir deshaciéndolo por un lado para tejerlo por el otro. Fue tal su berrinche que acabé metiéndolo en un calcetín y colgándolo de la lámpara del comedor. Para consolarle le dije: - ¡Estás monísimo! Pareces una araña. - Y esa palabra, araña, cambió lo que iba a ser mi triunfo en  una derrota cuando todos caímos en la cuenta de que no hay mejor tejedora que ¡una araña! 

Que corta fue mi carrera de heroína,

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