sábado, 29 de octubre de 2022

Cambio de hora.

Hay en casa un viejo reloj de cucú, de un bisabuelo antiguo, que nunca dice ésta boca es mía, o mejor dicho, este pico es mio, desde que se murió el pobre señor y ésta mañana ha roto su costumbre, diciendo: ¡No hay derecho, cucú!

Ha sido todo un acontecimiento. Hasta mi primer abuelito se ha asomado tras los cristales de la ventana de la cocina. - ¿Por qué no pasas? - le he preguntado. - No estoy presentable, nena, Sin mis sudarios no soy nadie y ahora mismo no tengo ninguno puesto. Pero no quiero perderme el volver a la vida del viejo reloj y su pájaro.

El artilugio carraspeó varias veces hasta aclarar la voz, inutilizada durante dos siglos, según contó: - Pero me cabreo dos veces al año desde que tenemos que adelantar o atrasar la hora. Para mi es un trastorno tanto cambio. Mi maquinaria no está para muchos trotes y el pobre cucú apenas puede mover las alas, invadidas por las bolas de polvo que han hecho de su capa un sayo y del pájaro su chalet en la Sierra.

Las bolas de polvos protestaron: - ¡Eso son calumnias! ¡Le hacemos compañía! -El reloj quiso contestar a eso pero no articuló palabra. Tampoco hay que pedirle peras al olmo y pasar del silencio a la cháchara, constructiva o no, de buenas a primeras.

Para animarle, todos le dedicamos un caluroso aplauso que le removió los sentimientos y lloró como una magdalena antes de ser mojada en el café con leche. 

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¿A quién aplaudes, boba de Coria? - ¡Hola, Cotilla! jejejejeje... A Ataúlfo... - ¿Y eso? - Acaba de dar un salto mortal de campeón olímpico. (dije y la Cotilla me creyó al ver agua en el suelo que, en realidad, eran las lágrimas del reloj pero cualquiera se lo dice a esa descreída de vecina que tengo.

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