domingo, 23 de octubre de 2022

En el hospital.

Al llegar a casa he contado mi experiencia en un hospital. Sentada a la mesa del comedor he pedido a la concurrencia un poco de atención. - ¿Un poco cuánto es? (pregunto Pompilio) - Siempre tiene prisa aunque en esta época calurosa la agente apenas lleva calcetines. - Un ratito. -  Se nota que no eres suiza, boba de Coria. Si hicieras relojes no serían fiables. Perderías la confianza de la clientela (la bola de polvo que me hablaba parecía muy puesta en relojería suiza) ¿Un ratito? jajajajaja Ay, nena, que mayor te vas haciendo... - No pudo seguir. Un golpe de escoba acabó con ella.

A Pascualita y a Pepe el jibarizado los coloqué en el frutero del comedor y los demás se fueron acoplando a su gusto. Cuando, por fin, el árbol de la calle dejó de reñir a sus hojitas para que no alborotasen y la cristalera logró una abertura idónea para que mi voz llegara a todos, apareció mi primer abuelito embutido en un sudario musical que amenizó mi charla con Paquito el chocolatero. Empecé con mi retahíla:

No va una todos los días a un Hospital a sentarse junto a una cama, con la mascarilla puesta para no coger virus volátiles y esconder los bostezos. 

Nada más entrar en el Hospital, un edificio enorme por fuera y mucho más por dentro, supe que, para sobrevivir allí, tendría que torear. Y me preparé para ello haciendo el paseíllo, rebeca al hombro y yendo de baldosa en baldosa, con los cinco sentidos alerta cuando, de repente, apareció una enfermera empujando una camilla a la que recibí a Puerta Gayola. Me sonrió y siguió a lo suyo. Aquí me gané mi primer¡ole!

De un ascensor salió un enfermero al que hice un quiebro para que no me pusiera la inyección que llevaba. Me guiñó el ojo (en casa se escuchó un olé) Y así fui, de quiebro en quiebro, esquivando Extracciones de sangre, ¡Oleee! Calditos sosos ¡Oleeee! Tomaduras de temperaturas. ¡Ooooleeee! Analíticas mil y... - ¡¡¡OLE, OLE Y OLE!!!

Entre oles y aplausos de la concurrencia, Paquito el chocolatero se hinchó a repartir tazas humeantes de chocolate. Al final me dieron una oreja imaginaria con la que di varias vueltas al comedor hasta el mareo y entre la locura de los aficionados hasta que resbalé con el agua caída al suelo cuando la sirena, entusiasmada, dio saltos mortales en la pila de lavar... La ovación fue de salida en hombros por la puerta de Palma

- ¡Ayyyy!... Creo que me he roto un hueso... ¡snif!...

No hay comentarios:

Publicar un comentario