domingo, 30 de octubre de 2022

El dragón.

 - ¡¡¡Lo he visto. Lo he vistoooooo!!! (grité histérica) ¡La culpa es tuya por dejarlo entrar, cristalera! No sé cómo tengo que decirte las cosas.

El árbol de la calle tampoco se libró de la bronca: - ¡Ha pasado por tus ramas porque no has estado al tanto! ¿Y ahora dónde duermo yo? ¿dónde como? ¿dónde veo la televisiòn?  mientras tu pierdes el tiempo cantando el brindis de la Traviata.

Las ramas que reposaban en las ventanas y el balcón de casa se retiraron discretamente para evitar nuevos enfrentamientos.

 - ¡La Cotilla se hará la dueña de mis cosas! Incluso vosotros, personajes, seréis amos de mi Reino y Haciendas. (Declamé con tal fuerza dramática que fui ovacionada fervorosamente)

Pero no pudieron comprar mi disgusto, mi rabia y mi temor: ¡Había entrado UN DRAGÓN en casa! ... De acuerdo, bien mirado no era gran cosa pero ¡UN DRAGÓN ES UN DRAGÓN! y a mi me dan miedo. No sabía dónde se había metido y no podía arrimarme a ningún sitio por si me salía de golpe. 

Pascualita dejó de saltar poniendo perdido de agua el suelo del comedor . La cola de sardina, recta como un palo, se ennegreció perdiendo su bonito color azul porque toda su energía y atención estaban puestas en la captura de una víctima ¡que no era otra que el DRAGON! al que acababa de ver acercándose a la pila de lavar.

- ¡¡¡IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!! (Grité mientras se me ponían los pelos de punta) ¡No te lo comas delante de mi que me da grimaaaaaa! - ¿Cuándo me ha hecho caso la sirena? ¡Nunca! 

De lo poco que recuerdo antes de caer desmayada fue ver a Pascualita regalando la cola de la lagartija a su querido Ataúlfo que se la zampó encantada.

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