miércoles, 8 de febrero de 2023

El paseo.

 A pesar de los problemas que suele darme la sirena cuando la saco a pasear, lo cierto es que hace compañía y tengo con quién hablar. Por eso, viendo la solana que hacía a pesar de los augurios de la tele, la he metido en el termo de los chinos y hemos ido a que nos diera el aire fresquito de la Serra de Tramuntana.

Caminando sin ton ni son acabé ante las puertas del Cementerio de Palma. Me asomé y desapareció el ruido del tráfico. Una vez dentro me recibió una exposición de estatuas preciosas. El sol avivaba los colores de las flores, naturales o de plástico, el bruñido de los metales, las fotos de las lápidas... 

El paseo fue agradable. Me fijaba en los nombres y decía: Hola, Manuel, hola Juana, hola, Pedro, hola Antonia... recordando lo que alguien escribió en una tumba egipcia: paseante, di mi nombre al pasar junto a mi y volveré a vivir.

En una de las fotos se veía a un hombre feliz con su barca. Poco después lo encontré tomando el sol tranquilamente, como si ya lo tuviera todo hecho. - Buenaaasss (le dije) - La voz de mi primer abuelito me sobresaltó: - ¿Qué haces por aquí? (pregunté) - Me he dicho: voy a ver a los amigos mientras hago tiempo para ir a probarme el nuevo sudario. - Lo tuyo es un no parar, abuelito.

Entonces Pascualita saltó del termo de los chinos al banco donde tomaba el sol el señor de la barca. - ¿Os conocéis? - La sirena me miró como diciendo ¡pues, claro, boba de Coria! Pero fue mi abuelito que me sacó de dudas. - Dice que lo conoce desde que era niño. A él siempre le gustó escuchar sus cantos de sirena. 

Poco después nos despedimos y salimos a la calle. La tranquilidad perdida afectó a Pascualita que, echa una fiera corrupia, saltó a la cabeza del conductor que, estando parado en un semáforo, dio tal bocinazo que tuve que correr tras mi corazón que había salido corriendo del susto. Yo pude colocarlo en su sitio pero el chófer-agonías quedó mondo y lirondo por un tiempo.

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