martes, 7 de febrero de 2023

Estamos apañados.

 Los primeros días del cambio de look del árbol de la calle, la mayoría de los gorriones que viven entre sus ramas, emigraron a otros árboles de índole conservadora. A uno de ellos le oí decir: nos mudamos porque tanta modernez no es bueno para la educación de los pollitos. Acabarían saliendo del nido antes de hora.

El árbol no paraba de quejarse. ¡Toda la culpa de sus "desgracias" era mía!

Unos días después del "corte de pelo" el árbol notó que, poco a poco, la actitud del vecindario hacia él cambiaba. La gente lo señalaba con el dedo pero no para reírse sino para presumir de él. - Tenemos el árbol más guay de la ciudad ¡Me encanta! (decía una mujer a su amiga) - No es para tanto... - Tu lo que tienes es envidia cochina, querida.

La autoestima del árbol subió como la espuma y se volvió más pesado que de costumbre. A las seis de la mañana cantaba, a voz en grito, Las Mañanitas para los madrugadores. Algo que nadie, salvo mis personajes caseros y yo misma, escuchaba.

El cuadro de la Santa Cena apareció vacío. Pregunté a todos por los Comensales - ¿Dónde están? - Nadie lo sabía. Ni siquiera Pompilio quién, por cierto, se enfadó cuando le insinué si se los había llevado a su escondite a falta de calcetines. - ¡Mi trabajo es un arte muy refinado y requiere una precisión conseguida a base de siglos mejorando la técnica y...! - Vale, vale, perdona, hombre. Estoy preocupada por ellos...  

En la parte baja del cuadro apareció una mano agitándose. - ¡Hey, estamos debajo de la mesa; desde aquí se le oye menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario