jueves, 23 de febrero de 2023

¡Encima!

Al llegar a casa el comedor estaba lleno de humo y apestando. Corrí al el teléfono, llamé a los bomberos: - ¡Socorro, que vengan en seguida los bomberos del calendarioooooooooooo! - ¿Y si tienen el día libre que hacemos? (replicó con guasa) Ande, vaya abriendo la puerta ¿o lo dejamos para otro día? - Vale, vale... que suspicaz (me quejé)

Intenté abrir el balcón por si les daba por entrar por allí. - ¡Abrete, cooooñe! - La cristalera dormitaba al sol y tardó en reaccionar. - ¿Quién entrará por aquí? - Puede que los bomberos... ¿Cómo estás tan pancha habiendo un incendio en el comedor? - ¡¿Qué?!... No noto el calor del fuego... ¿qué me pasa? ¿acaso ya he estallado? ay, ay, ay Ya no soy de éste mundo... ¡snif!... ¡buaaaaaaaaaaa!

La sirena rasgó la tranquilidad del barrio y la gente se asomó a ventanas y balcones, mientras otros salieron a la calle, para enterarse de lo que pasaba. 

En un santiamén, los bomberos cogieron las mangueras, subieron la escalera y soltaron el agua.

La que se lió... Aún estoy con la fregona que goza de su minuto de gloria poniendo posturitas

Cuando se aclaró el humo encontramos a la Cotilla, mojada como un pollo, estampada contra el sofá de la salita, temblando como un conejo y sin saber qué había pasado.

Cuando pudo explicarse, después de beberse media botella de chinchón para pasar el susto, contó que había montado un altarcito a Los Amigos de lo Ajeno para recordar a su gurú Bárcenas. Y, en lugar de encender velas, velitas y velones (cosa a la que sigo oponiéndome) puso montones de varitas de incienso y de mil aromas diferentes. 

El humo se fue colocando estratégicamente por todos los rincones de la salita, pasó luego al comedor donde estuvo a punto de cargarse a Pascualita. Menos mal que se refugió en el barco hundido. finalmente ocupó toda la casa... y la peste también.

Los bomberos abroncaron a La Cotilla y, al irse, me entregaron un papel que no pude leer hasta que los ojos estuvieron libres de humo... ¡Era una factura A MI NOMBRE! - ¿Por qué? (pregunté a la Cotilla) - Porque ésta es tu casa... ¿No querrás que la pague yo?  - ¡Jodía Cotilla!

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