lunes, 27 de febrero de 2023

¡Que frío, brrrrrrrrrr!

 Las ramas del árbol de la calle golpeaban sin cesar los cristales de la ventana mientras gritaban - ¡Abre, boba de Coria, abreeeeee! - ¿A qué viene ésta urgencia? - ¡Tenemos frrrrrriiiiooooo! - El vozarrón del árbol atronó el aire. - Pon la estufa en el balcón y nos calentaremos todos. - Se supone que los árboles no tenéis frío... - ¿Quién dice que no? ¿tú? - Perdona pero nunca he visto quejarse a ninguno así que, blanco y en botella, ¡listo!

En casa todo eran quejas: - ¡Hace mucho frío! (gritaban las bolas de polvo mientras corrían a juntarse bajo las camas) - Otra quejica era la cristalera del balcón, la cara que da a la calle. - ¡No hay quien aguante éste frío! - No es para tanto... (contestó la cara interior) - Las hay que nacen con estrella y otras, como yo, nacemos estrelladas ¡Brrrrrr, que fríoooooo!

Del comedor llegaban unos golpes con sordina; era Pascualita intentando hacer sus ejercicios de saltos mortales a pesar de que el agua salada de su pila de lavar se había congelado y ella caía, una y otra vez, sobre la capa de hielo. La dejé un rato más porque, a base de golpes se calentaba jijijijijiji

Miré el cuadro de la Santa Cena. Los comensales se habían liado sus larguísimas barbas, de los pies a la cabeza en plan momias, dejando unas ranuras para ojos, nariz y boca. Y como no, también se quejaban mientras yo me reía: ¡Dos mil y pico de años dan para tener unas confortables barbas!

Al final, harta de oír toda la mañana la misma cantinela y enfadada con el árbol por sus continuos golpes a los cristales, abrí la cristalera y salí a decirle cuatro frescas. ¡Y tan frescas! Porque la cristalera interior se cerró a cal y canto dejándome a la intemperie en mi propia casa y quejándome más que todos los personajes juntos.


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