jueves, 16 de febrero de 2023

Hambre feroz.

Menuda noche hemos pasado, Y creo que hablo en nombre de casi todos los habitantes de mi casa. 

Al principio tomé el ruido ensordecedor que sonó en plena noche, por rugidos frenéticos y enamorados de un tigre de Bengala anunciando, a todas las tigresas que no fuésen sordas, que estaba solterito y sin compromiso. 

El solo hecho de tener un tigre cerca ya me puso los pelos de punta pero, lo peor fue cuando presté atención ¡y no era uno sino varios los depredadores a rayas!

¿De dónde se habrían escapado? No sabía que había un circo en mi barrio.

Entonces me acordé de Pascualita. Tenía que rescatarla de las fauces de los tigres. Es la última y más antigua sirena del mundo mundial y no puede acabar entre los colmillos de un tigre. 

Desde mi cuarto y a grito pelado, llamé al árbol de la calle.: - ¡¡¡Canta una nana, por tus esquejes!!! - Un momento después su voz de tenor atronó el aire frío de la noche. - ¡¡¡Canta, canta hasta que se duerman las fieras!!!  

Poco después los rugidos se trocaron en ronquidos y pude salir en busca de la sirena que, por cierto, me recibió con la dentadura de tiburón presta para atacarme.También quisieron hacerlo todos los vecinos de la finca que aporrearon la puerta hasta casi arrancar las bisagras.

Todo el mundo estaba nervioso, cosa natural. Sin embargo hubo un detalle que me llamó la atención: los únicos que dormían a pierna suelta eran los comensales de la Santa Cena... y ¿dónde estaban los tigres?

Horas después de que Bedulio y sus compañeros Municipales, me salvaran de ser linchada por los vecinos del barrio que hicieron piña con los de mi escalera, me enteré de lo que había pasado.

No fueron tigres quienes rugían sino las tripas de los comensales de la Santa Cena, declaradas en huelga en protesta por no recibir el dinero de la porra con el que esperaban ¡¡¡COMER DESPUÉS DE DOS MIL Y PICO AÑOS SIN HACERLO!!!

 

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