El olor a ensaimadas recién horneadas llegó hasta casa en cuanto Geooooorge abrió la puerta del rolls royce de los abuelitos.
Yo estaba en el balcón esperando acontecimientos y he aquí, que llega el desayuno de los domingos a casa sin comerlo ni beberlo.
Arremolinadas junto a las patas de las sillas y la mesa del comedor, las bolas de polvo se preparaban para coger al vuelo la miga que se nos caiga. - "Nena ¿no podrías barrer de vez en cuando?" - Que más quisiera yo, abuela. La escoba y la fregona han hecho causa común para defender sus derechos laborales y ni se me ocurriría usarlas en domingo porque me montan una huelga de padre y muy señor mío. - "De todas las excusas que esperaba oír, ésta es la más incoherente y menos creíble ¡Di que te estás entrenando para el concurso de vagos y ya está!" - Ah, no sabía lo del concurso... ¡Aaaaayyyyy!
Me dio tal pescozón que, durante media hora, estuve haciendo palmas con las orejas.
Andresito miró a la abuela meneando la cabeza como diciendo: cariño, te has pasado siete pueblos. De repente se puso en pie de un salto: - ¡Algo se ha movido en el cuadro de la Santa Cena! - Sería una mosca... - ¡No! Era un hombre con barba! - Hay más de uno jejejejejeje... (dije tontamente) - Me ha hecho un gesto pidiendo ensaimada ¡¿Te lo puedes creer, nena?!
Menos mal que ésta anécdota sirvió para que Andresito tuviera puesta su atención en el cuadro y no vio a Pascualita cuando se zampó su ensaimada.
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