miércoles, 7 de febrero de 2024

Las "bichas"

 - ¡Avemariapurísmaaaaaaaaaaaaaa! - Hola, Cotilla... - ¡Pam! (cerró tras de sí la puerta de su cuarto) - ¡Que rabia me da que me deje con la palabra en la boca! - ¡¿Por qué cierra?! ¡Deje que se oree la habitación, coooooñe!

Un rato después, la Cotilla salió, de nuevo, a la calle. Al ver que había vuelto a cerrar la puerta fui a por la llave que usaba la abuela cuando todavía estaba soltera y era una proletaria de libro. Abrí puerta y ventana. En seguida el aire se enseñoreó de la habitación con cara de satisfacción y se tumbó en la cama a dormir un poco.

Más tarde sonó una música sinuosa que incitaba a mover las caderas. Los comensales de la Santa Cena, asomados al marco del cuadro, se movían al compás de aquel ritmo sexi que nos envolvió a todos los de casa.

Poco después llegaron los gritos: ¡Aaah, Esto está lleno de serpientes! - ¡Aaaayyyyy, que miedoooooooooooo! - Hasta el árbol de la calle (que, en esos momentos, era el único que agitaba sus ramas de todo el barrio, se quejó ) - ¡Nenaaaaa, haz algo! ¡No me gustan las bichas!

Se me pusieron los pelos de punta y fui a por Pascualita que dormía una plácida siesta flotando en su pila de lavar del comedor. Si hay algo que no soporta es que la despierten de sopetón.  Por eso lanzó hacia adelante su terrible dentadura.

Mi grito la despistó. Grité porque sobre el sofá bailaban la raspa un montón de gusanos. - ¡¡¡Que ascooooo!!! - El que parecía llevar la voz cantante me increpó. - ¡Esa lengua, boba de Coria! Somos los alegres y divertidos gusanos de la manzana y no hacemos daño a nadie.

Contaron que la Cotilla los consiguió en el trapicheo de la noche. - Tal vez esté algo cegata pero nosotros no la engañamos porque llevamos bailando más de veinticuatro horas y tuvo que vernos en algún momento. 

Solté a la sirena en el sofá para que se diera un banquete con aquellos bichos pero, un segundo después bailaba con ellos como si se conocieran de toda la vida.

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