lunes, 19 de febrero de 2024

Tractorada.

Pascualita ha levantado los bracitos para que la coja. ¿No le dará vergüenza con lo mayor que es? Menos mal que es peso pluma. - ¡Como si no tuviera nada mejor que hacer! (le recriminé) - Por toda respuesta abrió la boca y sacó su dentadura de tiburón a pasear. - ¡Era una broma, media sardina! - Y salimos al balcón precipitadamente porque el árbol de la calle me llamaba. - ¡Vienen los tractores, boba de Coria!

En cuestión de segundos nos juntamos un montón de personajes. Algunos salieron volando, como las bolas de polvo que deben ser miopes y querían ver de cerca a los payeses y payesas. Tuve que sacar el cuadro de la Santa Cena para que los comensales no se perdieran nada de lo que ocurría en la calle. El de las treinta monedas dijo que quería apostarlas: - ¡Si vemos más de cinco tractores amarillos, gano!

Entre pitos, sirenas (¡Nooo! No son de tu familia, Pascualita) claxons y demás estridencias, fue pasando el desfile. De repente, entre tanto tractor apareció el impecable rolls royce de los abuelitos conducido por el impasible Geoooorge que, como de costumbre, aparcó en la parada del bus y taponó media calle. Tal fue el asombro que a nadie se le ocurrió protestar.

Las dos caras de la Cristalera del balcón se peleaban porque, hicieran lo que hicieran, siempre había una que no veía bien. 

La abuela me gritó desde la calle: - ¡Mira cuantos payeses hay para elegir como padre de mi bisnieto! ¡Aprovecha la ocasión, alma de cántaro!

Cuando todo pasó nos dimos cuenta de que nadie había ganado la apuesta. ¡No vimos tractores amarillos! Sí las ruedas de algunos pero no la carrocería. Asi que el comensal ha vuelto a guardar sus monedas en la faltriquera para futuras apuestas.

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