Han aguantado dos días... ¡DOS DIAS! y ya están los comensales de la Santa Cena dando la lata pidiendo salir a la calle a seguir comiendo ensaimadas por la patilla.
- Mucha barba y muy poca vergüenza tenéis vosotros. - Claaaarooo, como tú comes lo que quieressssss... - ¡Me lo pago! Y tú, el de las treinta monedas, a ver si tienes un detalle y abres la faltriquera, que eres más agarrado que un chotis.
Pascualita no pierde rípio desde el borde de su pila de lavar del comedor. Se la ve contenta teniendo a los barbudos en casa. No sabía yo que la media sardina fuera tan sentimental.
En éstas estaba cuando apareció mi primer abuelito en lo alto de la nevera y se puso de cháchara con Pepe el jibarizado. Después se subió a mi hombro para traducir la conversación que habían tenido. Pero, primero, tuve que alabarle el gusto que tiene con los sudarios. - Es cosa de los modistos que son unos artistas. Que sepas que ya te esperan en el Más Allá... - No pude evitar el respingo con el que me cargué, con la cabeza, el fluorescente de la cocina.
Cambié de tema: - ¿Qué dice Pepe? - Que, en sus tiempos, estaba tan cachas que ganaba todas las competiciones de atletismo, lucha, tiro con arco, subida a los árboles, pesca, caza... ¡Todo! Y esa fue su perdición porque el jefe de la tribu rival, que era un envidioso compulsivo, contactó con los del Avecrem, mediante batucadas en la selva y les ofreció a Pepe para que hicieran con él un buen caldo concentrado. De paso, inventaron los cubitos de caldo y el Envidias del jefe se quedó con la cabeza de Pepe para hacerse un llavero.
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